tachardías

20 oct 2012


ABIERTO POR DUELO 


El funeral nos dejó boquiabiertos, casi nos volvemos de piedra,
pero supiste decir las palabras adecuadas,
para que nadie notara
que había más de un muerto
que se nos iba una porción de algo,
por abajo del pantalón
o por sobre el sombrero
que oculta esas canas que aún están escondidas
que se desenredan de mi cerebro,
porque nos destejemos
para afuera,
desde el centro,
expulsando las arrugas que el corazón aún no planchó
en esas galerías de cómics
en la que una vez
casi
casi
nos besamos
y por eso se vuelven vidrio los labios
que empiezan a cortar
que se llenan de sangre
que también quiere escapar
para darle más rojo al atardecer
que sólo es uno
y algún día llega,
con sol y lluvia
con paraguas y chicos correteando
felices
de no ir a estudiar
por el duelo
que para ellos
es la ruptura de una rutina
y no el calendario de tachar días,
ese que se sentó en el otro lado del tobogán
cuando te escapaste a jugar con la vida
en la plaza inmortal
de la que volviste con fotos de animalitos tiernos
de minas en bolas
de santos gastados
y empezaste a coleccionar
en un acto involuntario
como para encajar,
suplicando que nadie haya notado 
la ausencia,
porque te das cuenta de que hay peguntas
que ya
no podés contestar
porque viste demasiado
o porque ya no podés mirar
como se llena de ojos el cajón
que se lleva a la muerte
mientras no dejamos de tartamudear
cuando nos preguntan desde el mundo
si conocíamos a la víctima 
que se acaban de llevar
y en lugar de contestar nos vamos
y recorremos las calles nunca vistas
de la eternidad
corriendo, ansiosos, sin tener a dónde llegar,
con la certeza de la sabiduría
que nos deja adivinar
que lo eterno es una sensación
que también puede
(debe)
terminar.

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