paseVIPparteII

17 oct 2012


CIRCO ONIRIA


Mis payasos se pelearon con los tuyos, usando pistolas con mensajes, que en lugar de “PUM!” decían “de tanto extrañarte me pasó algo raro” y se debatieron a duelo con una coreografía demasiado bien pensaba, tanto que les creías que se odiaban, de otro modo era imposible que bailaran tan bien: y se pisaban los zapatos sin preocuparse por disimular, porque calculo que habían firmado un contrato, pero todavía creían en el show, en poder salir a escena y hacer todo mal, que es cuando alguien se queda pensando, con un miedo muy interior,
dicen
los que saben,
(que no saben,
porque los que no saben,
saben)
que el terror es descubrir la ficción, después llega el momento de correr hacía un destino incierto que cuando más se aleja más se limita (alguien no puede imaginarlo todo sin antes imaginar la nada) o correr hacia la hoja, que de cerca, cada vez más, lo abarca todo, creciendo, mutando en el horrible y seductor abismo, que lejos de ser la nada es la constante posibilidad (una vida para podar).
Mi mago desafió al tuyo, montado cada uno en la paloma que el otro sacó, en un cielo de alfombras voladoras, que son todos esos pañuelos tirados al aire, sin preocupación, como si fuera lo más fácil del mundo y no una embustera ilusión,
y sobre las alfombras, las cartas, 
algunas asustadas y otras un poco acostumbradas, incluso brindando, como si no fuera tan grave el probable adiós, porque la suerte, a veces, se toma vacaciones y se entrega a la suerte de esperar, sin suerte a la que poderle rezar, prender una vela y asumir que en cada casino te van a engañar sin preguntarte nunca (jamás) por qué te vas.
Mis equilibristas se fueron a dar la vuelta al mundo de la mano de los tuyos, con la tentación del suicidio en esos días en los que se hace insoportable entender que el otro, de puro tirano, puede querer tirarse, suponiendo que nosotros nos podríamos tirar… y se enroscan y no se entienden y pasan meses sin hablar, pero a veces dejan de mirarse los pies y si no se matan es casualidad.
Mis trapecistas agarran a los tuyos, en el aire, porque no se permitirían verlos morir… a menos que sea matándolos…
…y los arrojan…
…así…
…y los tuyos hacen igual, el ida y vuelta que conforma el péndulo de lo que acontecerá, un reloj que funciona en la lógica de sus engranajes, pero en ningún otro lugar.
Los domadores se olvidaron de los látigos y se sentaron a tomar un té, entre confesiones temblorosas, con el temor palpitante de seguir despertando sin tener el control, sin poder decir que sí o que no, sin si quiera escuchar la pregunta intuída, tácita, esa cuyos signos de interrogación tientan al olfato, esa que se sigue escapando, sin mucho esfuerzo (un desvelo de mil respuestas), intentando de-construir, ignorando el drama implícito que debería significar estar vivo,
vivos,
todos
nosotros.
Mis bestias y las tuyas olvidaron la rutina, de pronto, y son el deseo puro que nunca vamos a poder experimentar sin antes intentar decodificar, en un espiral que está destinado a terminar mal, porque, tarde o temprano, llega el momento frente al espejo y la pregunta, precoz, pero adulta en esencia:
“¿qué mierda quería? ¿qué iba a pasar?”,
pero el canguro boxeador, el oso bailarín y el león de traje ni siquiera luchan por no ser un personaje, 
un rol,
un prototipo,
simplemente no son
que es SER.
Mi malabarista tomó los versos de tu canción preferida, los mezcló, rompió un par que aterrizaron en el piso y dejó una poesía bastante aterradora, de esas que hacen que pienses en dibujos animados siniestros, con muchos planos en contra-picada. Tu malabarista agarró mi discurso con más certezas, el génesis de cada despertar, la declaración de principios, que es una declaración de finales, pero lookeada para no asustar a nadie y, si bien cuidó de que nada le sucediera, la convirtió en un chiste. En uno bueno. MUY BUENO. De esos que no hacen reír a nadie y te pueden arruinar una tarde… un día. 
Una vida 
(imposible medirla).
Ambos contorsionistas se metieron en la casa embrujada, la que está dibujada en lo que fue el pupitre de una escuela, hoy un pedazo de madera en el basurero de la ciudad, el mismo que enloquece a los niños que viven a su alrededor, con los humos de la pudrición y los bellos presagios,
tan de fuego,
de rostros tapados,
de cielos sin estrellas
sin nubes, 
aislados:
“todo fue mentira, 
menos el terror”.
El presentador de mi circo, pelado y de barba, destruido en convicciones, con cara de dulce perdedor, me asegura que mi futuro soy yo, y levanta la copa para brindar con algún otro presentador, pero se descubre solo, con una luz que le da directo-directo en los ojos,
hasta que arde llorar,
encerrado en una carpa de ensueños,
en cualquier barrio-ciudad,
preguntándose si los aplausos
fueron
(alguna vez)
de
verdad.

1 Diálogos:

Gorda Iteración dijo...

Las segundas a veces superan a sus antecesoras. Dicen.