Son Todos Iguales

19 feb 2011

JAMES DEAN ESTABA UN POCO PICADO


Compró una botella de vino en un bodegón piojoso, en una galería aún más piojosa. Lo atendió un viejo borracho, panzón, de nariz roja, que le cobró más de lo que esperaba.
Pagó sin quejarse porque el vino era una edición especial, muy vieja, que tenía una etiqueta en honor a James Dean. No solía ser muy fetichista con los vinos…. Se fijaba en la forma de las botellas, en los colores, en datos absurdos. Nada de mirar la cosecha o el país. Esas cosas lo tenían sin cuidado.
Un fanático de las noches donde la cabeza se volvía liviana y no costaba recordar a su primer novia, la única vez que había estado enamorado.  Un fanático de los buenos pedos, nada más.
Llegó a su casa, metió la botella en el freezer y luego se dedicó a hacer tiempo. La nostalgia estaba rondando… la sentía escabullirse por los rincones, juguetear a su alrededor. Deseaba atraparla, para regocijarse de tanto sentirse mal.

Giró el sacacorchos hasta el punto adecuado, luego ejerció presión, relamiéndose.
El corcho salió con el sonido típico.
Lo que no fue típico fue la nube que salió detrás. Una especie de neblina.
Patricio tuvo tiempo de pensar que aquello era una especie de veneno, o algo por el estilo. Por culpa de la tele se le vino la palabra “terroristas” a la mente.
Sin embargo todo aquello quedo prontamente sepultado: tenía delante suyo a un tipo alto, de cuernos, patas de cabra, cola puntiaguda… En cierto modo, el simple hecho de tener cola le sacaba temerosidad, a pesar de su mirada de fuego.
Patricio retrocedió, se enredó y cayó al piso, sin quitarle los ojos de encima
Se estudiaron mutuamente. Al cabo de un rato, aún de culo, el joven exclamó:
-¿Sos un genio?
-No.
Patricio miró la botella, que aún estaba en su mano. Después volvió su vista al recién aparecido.
-¿No? Pero saliste de una botella…
-No soy un genio.
Su tono era frío, seco, rotundo, con un eco de fondo.
-¿Entonces?
-¿Entonces qué?
-¿Qué sos?
El otro sonrió, satisfecho por escuchar esa pregunta. Se acercó un paso, creció, con las manos en la cintura, imponente.
-Soy Satanás.
Patricio formo un “Oooooh” con los labios, fascinado. Pero al rato la confusión volvió a su rostro.
-¿Y entonces? –preguntó, levantándose, con cautela.
-¿Entonces qué? –de pronto su interlocutor también estaba confundido.
-Sí… Claro… -se sacudió el pantalón-. Sos el Diablo… Todo piola… ¿pero qué?
-¿Cómo pero qué? –el Señor de las Tinieblas se cruzó de brazos.
-¿Qué pasa?
-Cagaste… Eso pasa.
Patricio lo pensó unos segundos.
-Ah… -soltó, visiblemente desilusionado-. Significa que no tengo tres deseos, ¿no?
-Exacto. Y significa que tu alma me pertenece.
El joven lo miró, agrandando mucho los ojos.
-¿Posta? ¿Así, de una? ¿No me ponés a prueba ni nada?
-No.
-Pero…
-No.
-Lo único que hice fue destapar una bo…
-DIJE NO.
Temblaron los muebles. Patricio olió a carbón, a parrilla. Bajó la vista, sintiéndose tonto y estafado.
“Si Eri se enterara de que perdí el alma así…”.
-¿Esto se puede tomar? –preguntó levantando la botella.
El Diablo asintió, ya menos duro, con algo de lástima.

Media hora después estaban los dos sentados en el sillón. La botella pasaba de uno a otro.
-Mirá el lado bueno… Ya está… Tenés el alma condenada… Ni te gastes en portarte de modo decente.
Patricio se encogió de hombros.
-Es una cagada igual… Porque si existes entonces también existe el otro… -señalo para arriba, con la cabeza-. Y si existe el otro es fija que Eri está allá. No la voy a ver nunca más.
Suspiró, tembloroso y le dio un trago largo al vino.
-Y Eri es…
Lo incitó con un gesto de la mano, para que siguiera contando.
-Era mi novia.
-Y… -se estaba impacientando. Se hizo con la botella, de un manotazo.
-Se murió…
El Diablo puso cara de haber metido la pata.
-Mal ahí… Igual capaz que…
-No, ni lo pienses. La mataron. No importa si ella mentía o si le robaba ropa a la madre para venderla y comprarse faso o si me metió los cuernos un par de veces… en esencia era inocente y murió asesinada. Es fija que está arriba.
Se quedaron en silencio. Patricio tenía los ojos llorosos.
-Ehhh… ¿Quién la mató?
-Eso sí deberías saberlo, ¿no? –de pronto la cara del joven se iluminó-. Bueno… Al menos voy a poder vengarme. El chabón se mató después de violar y descuartizar a Eri… Ese debe estar allá, con vos…
-Sí, bueno…
-Que buena onda…
-¿Tenés más vino?
Patricio se giró. El Diablo le ofrecía la botella, vacía.
-Sí. Ahí vengo.
Se levantó, el Mundo le giró un poco, pero se sintió bien.
-Che… De otra marca, si puede ser…
-¿Por?
-James Dean estaba un poco picado.

La secuencia fue idéntica: sacacorchos, plop, nube de humo.
“¡Terroristas!”, pensaron Patricio y el Diablo al mismo tiempo, aterrados.
Pero cuando pudieron ver se encontraron con un tipo alto, de túnica blanca. Una especie de Jim Morrison, cuando Jim Morrison se había dejado la barba.
-¡Carajo! –dijo el Diablo, tanteando a su alrededor, desesperado.
-¿Qué pasa? –quiso saber Patricio.
-¡Me olvidé el tridente en la botella!
Miraron al recién llegado.
-Buenas… -susurró éste, bostezando, parpadeando muy seguido, despabilándose. Se rascó la entrepierna. De pronto clavó su vista en el Rey de los Infiernos-. Para… ¿vos no sos…?
El Diablo se levantó, a la defensiva.
-No rompas las pelotas… Abrió MI botella primero, así que me pertenece… Me importa un huevo lo que digas.
Patricio los miró.
-O sea que no sos un Genio… Me cago en la hostia.
Dios le devolvió la mirada.
-Perdón… -susurró, visiblemente tocado por haberlo decepcionado.
El joven se recostó en el sillón y dejó que el vino bajara por su garganta, en grandes tragos.

Tuvieron que apretarse bastante para entrar los tres en el sillón. Patricio estaba en el medio.
-Mirá, está todo bien… Es tuyo… Tengo que admitir que hice bardo… Me mandé cualquiera…
El Diablo lo observó, intrigado.
-¿Bardeaste?
-Sí… -Dios se rascó la nuca, ruborizado-. El día que nos peleamos estaba re caliente… Me hiciste embroncar mal… Y me agarré un pedo terrible. Y no sé cómo terminé en la botella que acaban de abrir.
-¡Noooo! ¡Jodeme! –el Diablo estalló en carcajadas estruendosas.
Dios asintió, mientras sus cachetes se ponían más y más rojos.
Patricio lo observó.
-Para… Paren acá… ¿Significa que el Paraíso no existe?
-No, no… Existe –Dios le sonrió-. Pasa que no estuve para recibir a nadie… No llegué a inaugurarlo… 
Patricio se giró hacia el Diablo, que se doblaba a la mitad, de la risa.
-¿Entonces están todos con vos?
El Diablo se incorporó, de pronto. Se aclaró la garganta y se agarró la cola. La apretaba, nervioso.
-Ehhh… Bueno… Cuando yo me enteré que él no estaba salí a festejar. Me había hastiado de su soberbia y me partí de gusto al enterarme que le había afectado tanto nuestra separación… Me tomé todo. Y, bueno…
Patricio se llevó una mano a la frente.
-¿Y terminaste en la botella que yo acabo de destapar?
-Síp.
Patricio los miró alternativamente. No podía creer lo que estaba escuchando. Abrió la boca media docena de veces, pero la cerró antes de decir palabra. Finalmente se decidió por ir al grano.
-Son dos pelotudos.
Dios sonrió, pidiendo disculpas. El Diablo siguió jugueteando con su cola de maricón.

-A ver, de nuevo… ¿En qué año estamos?
-Año dos mil once… Después de Cristo.
-No entiendo eso de “Después de Cristo”…
-No, yo tampoco…
-¿Vos no mandaste a tu hijo hecho hombre a la Tierra para que se sacrificara por los pecados de la humanidad?
-¿No escuchaste lo que conté? ¡Estuve encerrado en una botella! –Dios empinó la botella, después se limpió la barba-. Además no sé por qué haría una salvajada así… ¿Qué se piensan que soy?
El joven se tomó la cabeza con ambas manos.
-Está bien, no importa –se acarició la frente, con fastidio-. Lo que si importa es, ¿dónde están todas las almas de los que murieron hasta ahora?
-Habrá muerto un montón de gente…
No supo quien lo dijo. Cuando estaban calmados sus tonos eran idénticos.
-¡Ya sé! ¿DÓNDE ESTÁN?
-Tranquilizate… -el Diablo le pasó el vino y le acarició la espalda. Casi lo lastima con una de sus garras-. Deben estar en una especie de limbo, esperando…
-¿Un limbo?
-Sí… -lo cortó Dios, pensativo-. Suena lógico. Un limbo.
-¿Y dónde es ese limbo?
-Podría estar en cualquier sitio… Cualquier lugar podría ser ese lugar que no es ni una cosa ni la otra…
El Diablo y Dios se miraron, intrigados, buscando una respuesta.
-¿Dónde mierda estarán todos?
-¿Una botella? –arriesgo Patricio, después de pensarlo.
Sus dos invitados por accidente lo observaron.
-¿Qué?
-Bueno, si ustedes salieron de una botella de vino… Capaz que las almas están todas en una botella de vino. Que sé yo.
-Mmm… Podría ser.
-Sí, ¿por qué no?
El Diablo y Dios se levantaron, sonrientes.
-Hay que encontrar esa botella… -dijo el autodeclarado Supremo.
-Traete otro vino, Pato…
El muchacho se levantó y desapareció por la puerta que llevaba a la cocina.
Unos segundos después volvió a asomarse.
-Me volvés a decir Pato y te rompo la nariz de un cabezazo, cornudo hijo de puta.

Patricio metió el sacacorchos, giró, ejerció fuerza para sacarlo.
-¡Tres! ¡Dos! ¡Uno! –arengaban Dios y el Diablo, entusiastas.
El corcho salió. No hubo ninguna nube.
El Diablo se hizo con la botella, con rapidez. Le dio un trago largo.
-¿Y?
-¿Y?
El Diablo saboreó el líquido.
-No. Nada.
-Capaz están en el fondo… -sugirió Dios.
-¡Es verdad!
Al rato Patricio se dio cuenta de que ya no le convidarían vino. Se lo pasaban entre ellos, bromeaban, se contaban cosas de gente que él no conocía. 
-¿Y cómo se van a repartir las almas?
Dios lo observó, divertido, con los primeros síntomas de la ebriedad.
-¿Repartirlas? Ni a gancho… Sería un despelote…
-¿Eh?
-El que las encuentra se las queda todas… Las que ya hay y las que se acumulen hasta ese momento…
El Diablo asintió.
-Me parece bien…
Se dieron un apretón de manos fuerte y sincero.
Dios tomó el último trago de la botella, lo saboreó y dijo:
-No, definitivamente ésta no era la botella… -miró a Patricio-. ¿Tenés otra?
-No pueden estar hablando en serio…
-¿Por? Yo tengo ganas de seguir escabiando… ¿Te pensás que no conozco los límites?
Patricio se sentía enfermo de ira.
-¿Cómo que el que se las encuentra se queda con todas? –transpiraba, el corazón le latía con fuerza-. ¡Eri no puede estar con el mismo tipo que le metió un palo por la concha y después la cortó en pedacitos! ¡Eso sería una turrada!
Respiraba agitado. Dios lo miró muy serio.
-¿Tenes otra, si o no?
-¿Y si esa botella la destapara alguien antes de ustedes?
-Nadie toma tan rápido como nosotros…

El joven no se sorprendió de que el Creador no pudiera adivinar que estaba mintiendo. Su capacidad se asombro se estaba reformulando.
Los acompañó hasta la puerta.
-¿Tenés algún bar para recomendar?
-No.
-Mejor –exclamó el Diablo-. Vayamos a dar una vuelta, para ver cómo anda todo… Compremos por ahí y tomemos mientras caminamos… Nos va a hacer bien tomar aire.
-Si… Mejor.
“Ojalá los caguen robando y se los garchen bien garchados…”.
Se despidieron.
Volvieron unos segundos después.
-¿Qué pasa? ¿Qué se olvidaron?
-Nada… -dijo Dios. Tenía la nariz roja, como el tipo que vendía los vinos en la bodega roñosa-. Te debemos una… Y decidimos que, después de todo, SÍ te vamos a cumplir un deseo.
Patricio se quedó boquiabierto. La esperanza se agigantó en su pecho: le broto por los ojos, la nariz, los oídos.
-Nuestro regalo es que vas a poder elegir a dónde ir…
-…
-¿Te gusta la idea?
-Pero… -no daba crédito a lo que oía-. Yo quiero ir donde esté… Yo voy a saber a dónde quiero ir cuando sepa dón… Yo…
Se sintió frustrado.
Cerró de un portazo.

Fue hasta el viejo mueble de madera. Descorrió la puerta secreta y miró los vinos del interior. Los estudió uno por uno, sacándolos y exponiéndolos a la luz.
En uno le pareció ver a un tipo gordo, en otro a un elefante… una especie de pájaro en el tercero.
-Son todos unos borrachos… -se dijo.
Se quedó con la quinta botella, porque no había nada muy concreto en su interior.
La abrió y le dio un trago largo.
Saboreó.
-Cierto… -se dijo después de un rato-. El fondo…
“Van a ser días largos y extraños…”, pensó.
Cerró los ojos, y, mientras el alcohol recorría sus venas, se imaginó el reencuentro con la única chica de la que había estado enamorado.

Era una pavada

11 feb 2011

LOS DOS
o NINGUNO


A los doce, por pura curiosidad (que si es pura es morbo) jugaron al juego de la copa. Mantuvieron los dedos sobre el cristal por más de cinco minutos, que es una eternidad si tenes doce y sos un chico hiperactivo con "hormigas en el culo", como diría mamá. 
La copa no se movió, las velas no se apagaron y no se sintieron golpes en la casa, que estaba vacía: las padres de él habían salido de emergencia (en realidad buscaban salvar su matrimonio, rememorando las épocas de garchar en telos)  y lo habían dejado con la condición de que no dejara entrar a nadie. Ella había dicho (aunque a nadie le interesaba mucho) que estaba de una amiga.
Por tanto, ambos habían mentido y eso, que es la esencia de ser niño, también los hacía sentir adultos. Era satisfactorio y nauseabundo por partes iguales. 
-Bueno, ¿viste? -le dijo ella, con una sonrisa amplía, relajada-. Era todo una pavada.
Él se quedó mirando la copa, confundido: no sabía si decepcionarse o ponerse a festejar con esa parte de si mismo que se había dejado sobornar por el miedo. 
Suspiró y, cuando iba a dar por cerrado el asunto, le llegó la epifanía: hasta ese momento (un momento clave) no había escuchado su voz interna con tanta claridad.
"Si esa copa no se mueve, ella y yo vamos a aburrirnos toda la vida...".
La miró. Eran amigos hacía tiempo, pero nunca había reparado en sus ojos exageradamente expectantes. Como no tenía la edad suficiente (o sí, pero era lento) no se le ocurrió imaginársela desnuda, que hubiera sido lo más acertado. 
Sin pensarlo demasiado (nada), siguió un impulso y ejerció una presión mínima pero concisa sobe el cristal.
La mentira se tejió sola. 
Las letras fueron palabras, las palabras, mensajes muy claros. 
Esa noche fue tan especial que para no olvidarla terminaron de novios. 

Setenta y dos años después él agonizaba, víctima de una enfermedad incurable.
Esbozó una sonrisa, a pesar del dolor, cuando, al girarse, comprobó que los ojos gastados de ella (uno con una catarata pálida) seguían siendo expectantes.
-Lo de aquella vez... Hice trampa... -logró suspirar.
No tuvo que agregar nada más para hacerse entender. 
-Ya sé... -le contesto ella, acariciándolo, con dedos largos y temblororos, culpa de su propia enfermedad-. Yo también hice trampa... No quería que te desilusionarás.
Él tosió, llevándose una mano al pecho. Cuando se pudo controlar seguía riendo.
-Siempre lo sospeché... Yo no escribí eso... -se interrumpió para dejar que la nostalgia lo mordiera un poco más-. Gracias.
-Hice trampa, pero no escribí el mensaje -le respondió ella, con dulzura.
Él pareció confundido. 
-Pero... Eran tus faltas de ortografía...
-Sí, pero eran tus expresiones.
Otra vez mentían, aunque ya no sabían cuál era la verdad. Se miraron por última vez.
El segundo final fue muy intenso para él. La paz había llegado y, con ella, la infancia.
-El juego de la copa es una pavada. 
Lo dijo alguno. O los dos. O ninguno.

Laberinto

TE GUSTE O NO


La puerta de la derecha está a la izquierda, la cocina es una calesita de colores brillantes; de una ventana entra el Sol, la otra me muestra la Luna… El inodoro en medio del living, la tele adentro del placard, al lado de las ollas. 
“¿Quién carajo prendió el aire acondicionado?”, pregunto, enojado, abrazándome, frotándome los brazos. 
Pero el aire acondicionado está apagado, pero nadie cerró las hornallas. Y corro hasta el bidet, para cortar el gas de toda la casa. Acciono la pequeña palanca y se encienden todas las luces. Y la radio. Y la tele. 
En tipo de la tele dice que mañana van a morir un montón de personas, porque todos los días mueren un montón de personas. 
La mina de la radio (que habla como si estuviera borracha) dice que el de la tele tiene razón. Después me ignoran y se quedan ahí, espiándome, porque la función la pongo yo, el show soy yo, el tipo mortal soy yo… Ellos son otra cosa, no son humanos, tienen tentáculos debajo del traje, cien ojos debajo de la máscara. Y no tocan nada, y no ven nada… Pero te muestran todo y te escupen veneno y te pasan la chota por la cara, te guste o no.
TE GUSTE O NO.
Meto la mano en la palangana, donde está la ropa de color que ya no uso más (nunca más) y sacó el celular. Marcó el número de la chica que siempre me gustó, pero me atiende mamá y me dice que mi mejor amigo me está buscando, que está preocupado por mi, que tiene miedo de que ya no nos veamos más.
Me pongo tan triste que me tiró en la mesa, para dormir. Me tapo completo, como cuando era chico, pero ya estoy grande y se me destapan los pies y no me importaría si no fuera porque los tengo metidos en el microondas y se me van las ganas de estar acostado pero no quiero estar despierto, así que busco un libro adentro del lavarropas, porque leer es como soñar pero sin cerrar los ojos y me acuerdo de quinto grado: “Señora, su hijo va a ser escritor.”
Y por cada palabra que leo se forma una nota en mi cabeza y caminó de un lado para el otro, para no perder el ritmo, descubriendo la banda sonora, ese tema tan pegadizo y verga… y se baja el techo y las paredes se me vienen encima y donde debería estar mi cuarto hay un cementerio con una sola tumba, que dice, con la frialdad de la piedra: “Sí, soy. Pero no”.
Y en la mano no tengo un libro, tengo un cómic, porque capaz que un día sí consigo ser un héroe y sí cambio el Mundo… Aunque me conformaría con que el Mundo no me cambiara. 
Al cómic le falta la hoja del final y no la encuentro hasta que me miro al espejo. Estoy en una habitación llena de espejos, desnudo.
Tengo el final del cómic tatuado en todo el pecho. 
Me rompe las pelotas que diga CONTINUARÁ, pero me armo de coraje y sigo tratando de entender todo el caos.
Mi casa está bien. 
Mi cabeza es un laberinto.

Peluche

SANGRE BLANCA


Me cagué a palos con un oso de peluche. 
Él tenía los ojos cargados de rabia, yo tenía un poco de resaca.
Él tenía los dientes muy afilados y yo un aliento horrible.
Él era blanco, sedoso y según una publicidad: "muy abrazable". Yo llevaba tres meses sin peinarme, me picaba la barba y un amigo me dijo: "sos un linyera".
Él era astuto, sabía enternecer a todos y se acomodaba en cualquier rincón. Yo me quejo si el espacio es muy grande, me ahogó si es muy chico y a menudo tengo pesadillas. 
Él no tenía dedos. Yo tenía un cuchillo.
El osito de peluche sangra pálido al lado de mi cama. 
Tenía un corazón rojo, muy brillante, pegado en el pecho, en el que alguien había bordado: I LOVE YOU. 
Mi corazón está lleno de mamarrachos. Y no acepto competencia.

***

Me mordí la mano, para ver qué tan venenoso podría resultar y me enfermé de fiebre, de vómitos, de dolor en el pecho, de taquicardia barata, de ojos llorosos… y los extraños se adjudicaron, rápido, carroñeros, mi caída. Se felicitan por mi muerte próxima, se mandan flores entre ellos, festejando mi funeral. Y yo no me voy. Que me saquen a patadas.
Soy corrosivo. Para vos, para él, para mi.
Yo estoy escondido en mi sombra, disimulando el puñal; yo me miento y me dejó en un baldío, varado una noche de luna llena; yo le vendí mis secretos más pudoroso al boludo del noticiero amarillista. Puedo jugar al héroe y después dispararme entre las costillas y gritar que el mal ganó, otra vez, que los buenos son muy pacifistas y pelotudos y que los ideales replanteátelos bien antes de volver a pagar un impuesto.
Yo firmé el contrato con el que después me humillé en público, con nariz de payaso y pollera de colegiala trola. Qué tipo divertido.
No necesito a nadie para agonizar. No necesito que nadie apriete el gatillo. No necesito enemigos.
Soy auto suficiente. Y me duele la mano recién mordida… Pero me la banco.
Estoy enojado.

Soy corrosivo. Para vos, para él, para mi.

17

El Próximo
(quizás)



Ella esperaba el colectivo. El mismo que esperaba yo. Estábamos solos en la parada, era muy de noche, la zona era horrible y comenzaba a llover. 
Ella estaba tranquila y yo tenía miedo.
-¿Mirá si el colectivo no viene más? –le dije, susurrando, mirando con terror la Avenida, deseando ver los faroles del transporte que me llevaría hasta la paz de mi hogar-. No hablo de que se retrase… Lo que digo es, ¿mirá si de verdad no viene nunca, nunca, nunca más?
Ella me miró, casi sonriendo, para mi sorpresa.
-En el peor de los casos me tomo un taxi y chau… O me tomo otro Bondi, acá cerca… O espero a que se haga de día.
Se encogió de hombros, demostrando que podía seguir con los ejemplos.
-¡No! –le retruqué, mirándola fijo por primera vez-. Si el colectivo no viene nunca más nunca se haría de día… Si un factor del sistema se descompone se descompone todo… Podrías intentar irte a otra parada, pero no sabrías qué otras cosas cambiaron… De un momento a otro esta realidad puede transformarse en otra cosa totalmente distinta.
Sentí que los cachetes se me enrojecían. Me había acercado mucho, de modo inconciente. Por el miedo.
-Estás delirando…
Agaché la cabeza, un poco avergonzado por la catarsis espontánea. Necesitaba un abrazo y era obvio que allí no iba a conseguir uno.
-Capaz que ya todo empezó a cambiar…
Susurré, entre alarmado, resignado, tembloroso. 
Ella se rió, de nuevo. Mi desconcierto creció.
-O capaz que estás exagerando…
-Capaz que las calles cambien de nombre… y de forma. Y los planos hagan dibujos raros y los edificios se hagan más altos… Y capaz se empiecen a vender drogas diferentes y las personas se transformen en otras cosas por las noches y nazca alguna raza de mutantes que viva en las alcantarillas y todo el año sea una sola estación y los árboles siempre estén pelados y mi casa no sea mi casa y mi mascota no me reconozca y ya no sea un perro sino que una especie de pájaro pero con dientes y me muerda y yo no me reconozca en sus ojos y le gritaría para que se acordara que se llama como un superhéroe y que no puede hacer cosas malas, pero me seguiría atacando y cuando ya no lo soportara yo también empezaría a cambiar y me empezaría a olvidar de todo y entonces nunca me podría acostumbrar a nada y si me compró otra mascota algún día otro colectivo va a dejar de pasar y otra vez todo…
-Hey…
El corazón me latía, desbocado. Los ojos me ardían.
-¿Qué?
-Ahí viene el colectivo –exclamó, señalando.
Nos quedamos en silencio. 
Cuando el 17 abrió sus puertas le cedí el paso, pero no la seguí. Ella pidió el boleto y se giró, extrañada. 
-¿No subís?
La miré un rato.
Me metí las manos en los bolsillos, la lluvia se empezaba a poner violenta. Suspiré.
-No, espero al próximo.
El colectivo se puso en marcha. Se fue. 
Ella ni siquiera me preguntó cómo me llamaba. 
Ni siquiera me preguntó cómo le pondría a mi mascota si es que alguna vez tenía una.
Ojalá la realidad cambie alguna vez.

Un Hombre

‎COMO AHORA


-Me parece que cada día me vuelvo más y más ingenuo… 

Suspiré y miré a mi lado. El linyera me observaba de costado, mientras empinaba la botella de vino.
-¿Me viste cara de psicólogo? –me preguntó después de un rato.
-Bueno… En realidad, sí… ¿Usted era psicólogo?
-No.
-¿Y qué era?
El linyera se terminó la bebida, miró la plaza soleada, las personas que iban y venían, los niños que jugaban, las mujeres que charlaban a los gritos. Los jóvenes que corrían, los que escuchaban música debajo de un árbol, los que se metían mano, acurrucados en un rincón.
-Yo era un hombre… Como ahora.
Asentí.
-Eso significa que debería dejar la facu, ¿no?
-¿Y yo que mierda sé?
-O quizás el problema sean papá y mamá…
Me sentí confundido. Traté de concentrarme, pero el calor era insoportable.
-Mirá pibe… gracias por el vino, pero yo me voy. 
-¿A dónde?
-¿Eh?
-¿A dónde se va?
Se encogió de hombros.
-Por ahí… ni idea. Lejos tuyo… -se levantó, lo pensó un rato y agregó:-. Buscate compañía. 
-Debería volver con Laura, ¿no? –me iluminé-. ¿La revelación es esa?
Frunció el entrecejo. Volvió a abrir la boca pero la cerró al instante. Negó con la cabeza y se marchó.
Me quedé ahí, mirando a las viejas con sus perros-rata… los árboles que ya empezaban a perder hojas, los pibes que se pasaban una porno con poco disimulo, los adolescentes que se pasaban merca con la misma carencia de tacto. 
Me quedé pensando en la facu, en la posibilidad de irme de casa, en las posibles puteadas que recibiría si me aparecía en la puerta de mi ex.
-¿Querés un poco?
Me giré y vi que un anciano se sentaba a mi lado, con esfuerzo en cada movimiento. Estiraba una botella de whisky. Sus ojos estaban tristes y arruinados: mucho rojo, sin retorno.
Asentí.
-Gracias…
-La verdad es que nadie me dirigía la palabra desde que pasó lo de Estela…
Tomé un trago largo y me fumé toda su historia, incluso los detalles tontos.
No pude sentir comprensión.
Todos seguíamos igual de solos y el Sol no dejaba de brillar, insolente, cagándose de risa.