dedicatoria

22 oct 2012

"PARA QUIEN SE ANIME"


Arma el círculo, para intentar encontrar la tragedia de la que tanto le hablaron, los amantes que alguna vez existieron sólo para dejar de existir en una perfecta comunión, que dejó paredes en carmesí y un suelo de última cena, con copas rotas y botellas estáticas, vulnerables, asustadas, violadas, tristes testigos de una fiesta feliz, con lágrimas y fatalidad, con el buen humor necesario para escapar, para ser el mito, el beso suspendido, la única verdad, el corazón de un mundo distraído y drogado, acostumbrado a girar, detrás de las normas científicas y la especulación racional, de pronto sorprendido al poder detenerse y observar: todo el paisaje sigue pasando, pero las miradas, clavadas, a modo de ritual, nunca se van, y son las marcas con colores, en un mapa gris y viejo, 
mágico por herencia, 
aburrido por experiencia,
“¿Qué ves en el techo?”
“Veo cosas que mañana no voy a ver…”
“¿Importa eso?”
“Importa si mirar el techo se convierte en mi rutina… Claro que importa.”
“Entonces que no importe.”
Prende velas, para que cualquier silueta pueda confundirse con lo que no es (y sea), alquimia que encuentra su soporte en la corriente que entra por la ventana, ya sin cristal, que crea la danza, tan tímida y segura de si misma, tan ajena y personal, como si fueran los pasos escondidos en algún lugar, muy adentro, porque capaz que no tenemos alma, pero seguro tenemos fuego, y el aire siempre se va a filtrar, para marcar el ritmo y abrazar, como abrazan los fantasmas, cuando tienen miedo de lo que vendrá, que quizás sea otra-vida/otra-muerte/otra-eternidad,
“¿Y si rompemos los vidrios? Podríamos inundar las calles de sangre… a las calles le falta sangre de verdad… SANGRE VIVA”
“No hace falta…”
“Hace falta… se están muriendo… todos, allá afuera…”
“No hace falta romper los vidrios.”
“…¿cómo?”
“Van a romperse. Creéme que van a romperse.”
Pronuncia líneas memorizadas de cuadernos que nunca existieron, con las palabras que se escurrieron en sueños, que se borraron al terminar la carta en un sucio inodoro de bar, que se hicieron cenizas, cuando el pucho se transformo en la antorcha de la inquisición, de ese vos que tapa su rostro con una capucha y que no cree en nada, haciendo religión de su escepticismo, fiel, insoportable, golpeando puertas sin golpear; palabras que se desprendieron de un viaje en bondi y se estrellaron contra la calle, en una muerte intensa y violenta, cargadas de pisadas un minuto después, porque a nadie le interesan las víctimas o la piedad; palabras congeladas, por apretar mal un botón, que quedaron alimentándose de lo que existe antes de la magia, que es la duda y la adicción, tan enfermiza, a la paz, como valor supremo, para engañar, palabras borradas, con la misma tecla con la que muere el héroe, atragantado, asqueado,
(sabelo)
por vos,
“¿qué dijiste?”
“no dije nada…”
“pero te escuché…”
“¿y qué decía?”
“no sé.”
Se sienta en el centro de la habitación, respira profundo, para llenarse de los restos de la gran explosión, y la pólvora prehistórica se inyecta en su cerebro, a la velocidad de la luz, expandiendo sus garras, como cables, como la maquinaria más perfecta de todas, con la memoria absoluta, que es suficiente para saber lo que pasará, o lo que podría pasar, pero siempre insuficiente o cohesionada, porque los detalles tientan y es imposible ver más de una realidad, pero las conexiones traen la electricidad, el latido del más allá, del que somos otro más allá, en una cadena siempre construida sobre los cimientos de la lógica del hogar, porque dejamos de ser nómades cuando dejamos de transitar los tiempos,
los universos,
y
todo 
portal,
“En algún lugar sos la historia que le estoy contando a mi tatara-tatara-nieta, en el lecho de muerte…”
“En algún lugar sos la razón por la que toco una guitarra desafinada, sin recordar mi nombre, para un público que podría existir o ser una ilusión…”
“En algún lugar me estás llamando por teléfono y yo sé que sos vos… pero no voy a contestar…”
“En algún lugar me mataste
de
modo
literal…”
Cierra los ojos y se imagina
imaginando una historia de amor
donde no es el protagonista
pero si el narrador,
que se pregunta, con temblor
(tres voces,
en eco,
multiplicadas tres veces más):
“¿qué recuerdos guardaba ésta habitación antes de ser cuna y féretro de la ficción?”


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