EL SEÑOR DE LAS TIJERAS
Y si bien no
puedo terminar de asociar aquel suicidio (el tipo se metió en su auto y se rajó
un tiro) con el suceso del desierto (mil conejos saltando por una arena que de
pronto fue flúor) estoy convencido de que estaban estrechamente relacionados.
Casi tanto como que el asesinato (se conocían desde los cinco años y él la mató
con su peluche favorito, justo, justo en su cumple número veintisiete) y el accidente (estaba pasado de merca, dijo que el 147
estaba hecho de humo) que el diario relata esta enfermiza y afiebrada mañana
están ligados, de un modo enfermizo y afiebrado.
Incluso el diario, con este particular horóscopo
(“no es un buen día para intentar abrir portales… ¡ábralos!”) parece guardar
una extraña y vertiginosa coincidencia con la nota que me recibió en la
heladera, pegada con el imán de una peli vieja, vieja, hecha cuando yo ni
siquiera existía como para saber qué era una peli… Y menos una peli vieja. Una
nota escrita con pulso tembloroso, que me tendría que recordar a alguien pero
me recuerda a muchos (muchos más), una nota sin firma, pero que parece amistosa
(“a veces es mejor respirar al revés”).
¿Lo de la ventana no es muy obvio? Tengo un cactus
que brota de entre las cerámicas del patio (un cactus enorme, enorme). Tengo
una especie de motor (parece el motor de un avión, aunque nunca vi uno) donde
antes había estado un feo adorno de jardín que alguien con un horrible sentido
estético me había regalado y que yo, por un horrible sentido de compasión,
había aceptado.
Mi espejo dice que tengo un ojo de cada color (rojo
y negro, bah, negro y rojo… depende de tu lugar en el espejo) y un sello en una
mano (código: 12387653) que estoy seguro que antes (no sé nada de antes) no
tenía.
De mi casa el agua sale amarilla… ¿tendrá algo que
ver con el hecho de que no encuentro las llaves?
(¿en qué se relaciona la libertad con la
esclavitud?)
“Querido diario:
En calzoncillos con carita de nirvana y una remera
vieja de unos dibujos animados de los que no me sé el nombre.
Con una lata de cerveza de marca desconocida en la
mano y una petaca de un líquido que cambia de color en la mesa.
Todo lleno de botellas.
Todo ordenado.
Afuera hace un buen día.
Afuera no existe.”
La tele sintoniza sólo un canal (555) y el teléfono
sólo me deja llamar a la minita de la hora (“son las ninguna hora, con ningún
minuto, con ningún segundo”).
Y, mientras la conciencia amanece, muy de a poco,
todo lo demás se oscurece.
Y me parece que aunque todo tiene más sentido las
cosas dejan de enganchar… Como cuando una pieza de un rompecabezas se moja, se
hincha, y ya no castra con la otra.
Así. La razón me inunda.
Me mojo.
No encajo.
Y agradezco, una vez más, al ver cómo el cuadro
(rompecabezas) se deshace, no haber cometido la locura de completarlo, de mirarlo
de lejos, que es mirar de cerca. Y me muero de la bronca.
Los disfraces vuelven.
Otra vez las tijeras.
Recortando
Recortando
Recortando
¿te duele saber todo lo que nunca vamos a saber?
¿tiene tu dolor algo que ver con mi dolor?
¿tienen algo que ver mis pensamientos tristes de
los domingos por la mañana con tus ganas de morirte cada viernes a la noche?
¿tienen algo que ver mis risas solitarias (mientras
camino apurado) con tus ojos bien abiertos y fascinados (mientras mirás por la
ventana del bondi)?
Creo que nos vimos:
peleo por salir a la superficie, para no ahogarme,
para no dejar de respirar y pienso, poniendo todo mi esmero en no volver (no
dejar de volver):
¿tiene algo que ver el hecho de que los dos
llevemos auriculares puestos?
¿estamos escuchando el mismo tema?
Me mato (impulso), te mato (asesinato), nos matamos
(accidente).
PERO
no nos conocemos.
Y si bien no puedo terminar de asociar lo que es
con lo que podría ser, lo que fue y lo que será, estoy convencido de que todo
está estrechamente relacionado.
Y no.
No, no y no.
Nunca.