DEJE SU MENSAJE DESPUÉS DE LA EXPLOSIÓN
Me pregunto cuántas calles ya
dejaron de vestirse como las recuerdo,
me pregunto qué deje de ver por culpa de la melancolía-vampiro que me seca todos los fines de semana, cuando el final de la resaca se llena de un optimismo tan esperanzador que me dan ganas de llorar, que casi hace que me anime a escribirte, a llamarte, más que nada para decirte que no me quedó nada por decir, por preguntar, curioso de verdad: “¿qué tenés para contar?”
me pregunto qué deje de ver por culpa de la melancolía-vampiro que me seca todos los fines de semana, cuando el final de la resaca se llena de un optimismo tan esperanzador que me dan ganas de llorar, que casi hace que me anime a escribirte, a llamarte, más que nada para decirte que no me quedó nada por decir, por preguntar, curioso de verdad: “¿qué tenés para contar?”
Me pregunto si el futuro habrá llegado, si donde estoy viendo el graffiti que
nos costó una noche de golpizas no será, a fin de cuentas, otro edificio
espejado, sobre el que ya nadie va a tirar una piedra, porque, en definitiva,
es mejor reírse, cargar balas y temblar, sabiendo que el límite queda dos
casilleros para allá, y los dados no los tira el azar,
“¿nos encontramos en el mismo lugar?”
Me pregunto si el libro que me prestaste no se habrá quedado, olvidado, en el bar del que me rajaron por putear a un televisor, o en la biblioteca en la que me chamuyé a una minita que estaba dada vuelta de tanto leer mierdas de amor, o en el cine al que fui sólo para maldecir a mis amigos, por todas esas veces en que los abracé, con el corazón roto, sin poder decir más, o en la parada del bondi que ya no me recuerda, que se olvidó de las canciones que tarareé, siempre apurado, pero contento, en las peripecias de abandonar,
decirle, al pitido intermitente,
en carcajadas de lágrimas:
“¿en serio?
Todo
sigue
siendo
igual”
“¿nos encontramos en el mismo lugar?”
Me pregunto si el libro que me prestaste no se habrá quedado, olvidado, en el bar del que me rajaron por putear a un televisor, o en la biblioteca en la que me chamuyé a una minita que estaba dada vuelta de tanto leer mierdas de amor, o en el cine al que fui sólo para maldecir a mis amigos, por todas esas veces en que los abracé, con el corazón roto, sin poder decir más, o en la parada del bondi que ya no me recuerda, que se olvidó de las canciones que tarareé, siempre apurado, pero contento, en las peripecias de abandonar,
decirle, al pitido intermitente,
en carcajadas de lágrimas:
“¿en serio?
Todo
sigue
siendo
igual”
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