[PROHIBIDO
DETENER LA CAÍDA]
En una época, y sin querer, me cagué tanto en todo que cuando terminaba de leer
un libro me tomaba una semana para empezar el siguiente. Hoy, la fascinación
post dar vuelta la última página, continúa… En realidad, para ser justos,
creció, porque el abanico de posibilidades dentro de esa fascinación se nutre
con el paso de los años, tanto como para entender, en primera instancia,
que la fascinación no siempre es felicidad, y que la felicidad no siempre es
sonreír. Lo que se entiende en segundo lugar es que la conciencia sobre
determinadas cosas ya estaba en uno desde el génesis mismo (nacer = big bang),
implantada de un modo práctico y natural, con el correr de los días, los
avances del reloj, las carreras en el ajetreo cotidiano y los ojos sabios de
determinadas personas, esas que por lo general aman, pero porque aman lo que
pasará… esa conciencia incluye, por ejemplo, la conciencia sobre la incapacidad
de detenernos sin que eso signifique una pérdida vital (la vitalidad del
existir jamás entra en tela de juicio aunque su naturaleza sea debatible y
filosóficamente negada), o la conciencia sobre la indiferencia del mundo (que
no se detiene) ante el detenimiento (pérdida vital) de uno mismo.
Inmediatamente, y por un mecanismo de defensa sobornado y castigado, queremos
ganar tiempo, perdiéndolo: empezamos a anular, a negar espacios, para tomar el
control en actos que serían el equivalente a girar la llave sobre los grilletes
de nuestras propias cadenas.
Descubrirse (descubrir a la sociedad, que está en
uno aún antes de la asimilación del “ser social”, justamente porque hasta su
modo de “no ser” se da en contraparte de lo que “es”) es limitarse, es elegir
ir a un parque de diversiones con un grupo del colegio en lugar de robar plata
de la billetera de mamá y conocer la montaña rusa a escondidas de todos, riendo
a carcajadas: es la esencial diferencia entre un suceso y una anécdota… y lo
que sucede es poco digno de ser contado, si no se cuenta no puede ser
imaginado, si no es imaginado no se vuelve ajeno, si no se vuelve ajeno no es
ganancia, libre, situada en la atemporalidad.
Hay que perderse, para encontrarse, reconstruirse,
para que las cosas realmente sucedan y para que cada conjuro pueda actuar y no
se vea tapado por otro en el momento de estirar sus tentáculos… Hay que abolir
al coleccionista interno, en pos de la intuición, elegir lo único que nos haga
únicos;
retomar, para ser nuevos,
poder,
sin querer,
cagarnos tanto en todo:
pero mejor,
sin necesidad
de mencionarlo,
porque no se escribe sobre vivir, sino sobre lo que
pasa si realmente estás vivo,
entre un libro,
y el que le sigue.
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