La era del pez

13 jun 2012


sos todas las veces que mirabas hacia abajo


Retumba en la penumbra
el color del arco-iris,
reflejado en la lágrima que cae,
rumbo a la colisión,
al evento que va a derivar
en una onda expansiva,
silenciosa,
letal,
cuando, de pronto, la habitación sea un mar:
agitado, rabioso y sin piedad;
la misma sin-piedad de cada lluvia apasionada,
que corrió a besarte,
cada vez que despertaste temblando,
preguntando a la oscuridad si los cuentos de terror se habían acabado,
si eras capaz de volver a asustarte,
si podías enamorarte de un personaje,
si aún serías capaz de morir en cada final,
en la entrega absoluta,
en el sacrificio definitivo,
culposo, por no intervenir
(¿podría hacer algo para evitar ésta caída libre, para mutar el último capítulo y salvarte, salvarme, salvarnos? ¿hubo alguna vez otro escritor que no fuera yo? ¿hubo alguna vez otro deseo, que no fuera el mío?)
inocente y en paz, renacido en la pérdida
y en la gratitud:
“¿podré volver a dar las gracias con tanta sinceridad?”
Y entonces, el cristal, 
con el principio de la tempestad:
“todo lo horrible que da belleza
nunca
nunca
se irá”;
la misma sin-piedad de la zanja que mil veces
supo mostrar tu rostro,
rumbo al colegio, 
al trabajo,
rumbo a deambular,
como un espejo mágico,
que a diferencia de otros espejos,
no puede olvidar:
incorpora,
te suma,
te hace más:
sos todas las veces que mirabas hacia abajo,
sos la mirada del otro lado,
y ya no importa quién llora para quebrar la paz,
el portal se alimenta,
devora,
no te pertenece y es tu parte vital:
el remolino en la pecera,
inofensivo,
pero real,
más peligroso que las mentiras,
que hablan de la eternidad,
las aguas que fluyen,
que vienen 
y que van,
hundido y ahogado:
¿llegado al fondo,
invertido,
seré un huracán?
¿qué tierra inexplorada me sorprenderá?
¿qué destruiré?
¿qué ilusión daré?
Romper el vidrio no es necesario,
si sabés ir más allá.

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