ESE ESCRITOR EXTRATERRESTE
No
tengo una musa, tengo una botella para seducir a la tuya, a la de otro, a la
del vecino, que mira triste mientras su perro caga en mi vereda; a la de la
piba del bondi, que grita por celular, mientras se le llenan los ojos de
lágrimas; a la del pibe en patineta, que se ríe, súper drogado, perdiendo el
recuerdo, ahogando el presente; a la de la señora que se sienta en el banco de
la plaza, a mirar con odio poco disimulado a los chicos pequeños… a la de esos
chicos pequeños, que disfrutan asustándose, escondidos en cajas de cartón.
Las musas son todas trolas y podés acostarte con
cualquiera, siempre y cuando puedas pagar el precio o hagas el chamuyo
acertado. Incluso podés pegarte un buen polvo con la musa de ese músico
suicida, de ese revolucionario desaparecido, de ese escritor extraterrestre.
Podés hacer tríos, fiestas zarpadas.
Se trata de eso, de eso y de nada más.
Poseído,
nulo, entero y a pedazos, otro, igual, con la misma sonrisa de boludo que
pusiste la primera vez que te fuiste al cine solo, a ver una de terror; el
mismo temblor de esa noche, cuando soñaste que mamá podía ser el asesino detrás
de la puerta; esa inquietud del viernes, volviendo del colegio, desconfiado,
entregado, las manos en alto, pero con un plan, con un escape bajo el brazo, un
as bajo el calzoncillo, una buena historia, nunca tuya, pero propia.
Poseído: lleno de estigmas sagrados, vomitando
verde, la cabeza girada.
Las religiones funcionarían mejor si permitieran
orgías entre sus santos.
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