¿qué vio?
“¿esa línea también le pertenece?”, pregunta el detective, encendiendo hongos en su pipa, girándose, para cerciorarse de que nadie lo espía; vuelve su atención hacia vos, que estás inclinado/a sobre la hoja: las palabras se vuelven un remolino y son absorbidas por enormes pupilas que muerden tu cerebro, destrozándolo, liberándolo de sí y abrís la boca, porque estuviste los últimos tres meses masticando esos conceptos, danzando con ellos, jugando un pésimo partido de tetris,
desencajando,
hablás,
solo, delante de una computadora, o con un libro,
hablás,
y puedo robarte el alma, secarte, descuartizar tu cordura, pero no puedo escucharte, no podría adivinar, porque sos infinito, y te elevás, o yo me alejo, sin vuelo, que es lo mismo:
uno
de
cada
lado;
una chica, sentada en una plaza, a medianoche, levanta la vista, ve una estrella fugaz, o podría ser un cometa, o un meteorito, sea como sea, pedir un deseo nunca está de más, y pide que se mueran todos, porque necesita pruebas y sonríe, imaginándose en su cama, tapada, protegida, dulce, con mamá y papá a unos metros, también tapados, serenos, se preguntá si ya no estarán muertos después de todo, se ofende con si misma, por haber desperdiciado el deseo, se promete pedir una noche con Cobain la próxima vez; suspira, y, en la otra parte del no-mundo, un huracán se lleva la prisión de un extraterrestre que llevaba desde 1947 sin ver el exterior: se le ocurre la palabra “milagro”, porque la escuchó por ahí, porque la aprendió de tanto entrar en las mentes humanas, se le pegó, como una maldición, una fiebre, una plaga,
“¿cuándo fue que dejé mi planeta? ¿cuándo fue que todos se volvieron desconocidos? ¿cuándo…?”
bocinazo, interrumpe,
de pronto, en el desierto, se dibujan dos soles bajos
(el tiempo y el espacio están perdidos, tratando de no llegar tarde),
frenada,
que nunca es suficiente:
llora,
lloro,
llorás,
nube de polvo,
se aleja otra buena idea,
que seguro no es mía, ni de nadie:
estaba
de
paso.
Y pasará
sin disminuir,
por nada, ni por nadie,
la velociad.