LA PATINETA DE MARTY MCFLY
ESTRELLADA EN MI CARA
No me transforma en un héroe
salvarte de los monstruos que solté
la última vez
en tu habitación,
pero te miro haciendo un gesto de triunfo
salvarte de los monstruos que solté
la última vez
en tu habitación,
pero te miro haciendo un gesto de triunfo
y pienso en
levantar la manga
de mi remera de los Doors,
mostrarte mi brazo flaco
con el puño bien cerrado
o capaz sacar un pucho
y prenderlo con indeferencia
sacar el humo
con elegancia
dibujando el aura
de Indiana Jones bien pasado
(“Indiana Jones V:
El peyote de la cumbre de la montaña sagrada”)
o capaz suspirar
mirando triste al perdedor
con el dilema de ser tan enorme
y no
poderlo
soportar,
pienso en esas
y en infinitas escenas
que de pronto quedan borradas,
cuando tu cara pasa de
“…qué imbécil”
a
“…¡qué cagada!”
y no llego a girarme a tiempo
y el amor platónico de los doce
(es violeta, con garras súper afiladas, mide6 metros , ojos del mismo
color que los míos)
me da un golpe muy mala leche
en medio de las pelotas
haciéndome gritar de dolor
pero mi voz no perdura
porque el primer cuento que no escribí
(es verde, tiene las zapatillas de Marty McFly, escupe fuego invisible, su nombre es muy –muy- largo)
rompe su skate volador en mi boca
que se rompe más
y escupo sangre al tiempo que caigo
y siento las patadas que me da la canción que me dedicaron sin que yo lo supiera
(roja, dice la palabra “died” cada vez que puede, usa lentes de sol enormes y con cristal multicolor)
mis costillas se quiebran
tan rápido como quiebro yo
los sábados que pienso
en unos sábados atrás
toso
y
muero
de a poco
feliz por ensuciar tus sábanas,
feliz de pensarte fastidiosa
teniendo que cambiarlas
para evitar la culpa
porque es obvio que van a pensar
(porque la gente siempre piensa del modo menos indicado para pensar)
que fuiste la que clavó las puñaladas
la que apretó el gatillo
la que enveneno mi birra
la que llenó con dinamita mis cigarros
la que dejó una piraña
entre
mis
poesías,
así que vas a tener que deshacerte de este cuerpo
que recibe esta paliza
y aunque no me transforma en un mártir
morir a manos
de mi propia codicia
me doy el tiempo suficiente
para dejar muy en claro
que no me estoy defendiendo
y de pronto descubro
que nunca estuve tan entero
no hay golpe
moretón
agujero-
sangrante,
estoy de pie
repitiendo el instante
de tener que mirarte
y no puedo evitar
volver a imaginarme
otros mil desenlaces
sin
un
final:
sólo punto.
.
y.
a.
parte.
de mi remera de los Doors,
mostrarte mi brazo flaco
con el puño bien cerrado
o capaz sacar un pucho
y prenderlo con indeferencia
sacar el humo
con elegancia
dibujando el aura
de Indiana Jones bien pasado
(“Indiana Jones V:
El peyote de la cumbre de la montaña sagrada”)
o capaz suspirar
mirando triste al perdedor
con el dilema de ser tan enorme
y no
poderlo
soportar,
pienso en esas
y en infinitas escenas
que de pronto quedan borradas,
cuando tu cara pasa de
“…qué imbécil”
a
“…¡qué cagada!”
y no llego a girarme a tiempo
y el amor platónico de los doce
(es violeta, con garras súper afiladas, mide
me da un golpe muy mala leche
en medio de las pelotas
haciéndome gritar de dolor
pero mi voz no perdura
porque el primer cuento que no escribí
(es verde, tiene las zapatillas de Marty McFly, escupe fuego invisible, su nombre es muy –muy- largo)
rompe su skate volador en mi boca
que se rompe más
y escupo sangre al tiempo que caigo
y siento las patadas que me da la canción que me dedicaron sin que yo lo supiera
(roja, dice la palabra “died” cada vez que puede, usa lentes de sol enormes y con cristal multicolor)
mis costillas se quiebran
tan rápido como quiebro yo
los sábados que pienso
en unos sábados atrás
toso
y
muero
de a poco
feliz por ensuciar tus sábanas,
feliz de pensarte fastidiosa
teniendo que cambiarlas
para evitar la culpa
porque es obvio que van a pensar
(porque la gente siempre piensa del modo menos indicado para pensar)
que fuiste la que clavó las puñaladas
la que apretó el gatillo
la que enveneno mi birra
la que llenó con dinamita mis cigarros
la que dejó una piraña
entre
mis
poesías,
así que vas a tener que deshacerte de este cuerpo
que recibe esta paliza
y aunque no me transforma en un mártir
morir a manos
de mi propia codicia
me doy el tiempo suficiente
para dejar muy en claro
que no me estoy defendiendo
y de pronto descubro
que nunca estuve tan entero
no hay golpe
moretón
agujero-
sangrante,
estoy de pie
repitiendo el instante
de tener que mirarte
y no puedo evitar
volver a imaginarme
otros mil desenlaces
sin
un
final:
sólo punto.
.
y.
a.
parte.
0 Diálogos:
Publicar un comentario