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23 jun 2011

LEVANTÁS LA MANO PARA IR AL BAÑO


Luego de dieciocho años de exhaustiva desmotivación el adiestramiento da por frutos un ser humano incapaz de desprenderse del modelo educativo.
El hombre, ya adulto, incapaz de desligarse de lo absorbido se vuelve adicto a cumplir con las tareas, a escuchar a profesores por los que no siente el menor respeto, ni empatía, ni admiración con tal de poder asegurarse el estímulo positivo de sentirse superado al ser conciente de su potencial ante la autoridad: el nivel de acción queda reducido ante la embriaguez llena de satisfacción adolescente que da la certeza absoluta de confiar en la revolución como condimento utópico en la charla de bar.
[se ha observado que los testículos se agrandan y las hormonas se alborotan y disfrutan ante el grito, el despotricamiento y la queja sana y pacífica que contribuye, del mismo modo sano y pacífico, a la consagración del orden establecido]
El hombre, ya adulto, retomando, se vuelve adicto a tener pequeños recreos que le sirven para espiar por los agujeros del muro. Si bien el deseo de estar afuera es grande más grande es la urgencia de volver al banco, al compañero de banco, al cronograma que dice que hoy es matemáticas y mañana literatura. Resultante indiscutida: la estructura es todo.
Existe la desobediencia, porque el hombre, ya adulto, se vuelve adicto a “hacerse la rata”, condición a veces necesaria para que comprenda lo inoperante que se vuelve el tiempo cuando la actividad es nula: el hombre ya adulto interpretó que el tiempo no usado en clases o aprendizaje de manual es tiempo perdido. Esa culpa queda enmarañada en la médula espinal, infiltrada, y jamás detectada por el psico-organismo como un ente invasor.
El hombre, ya adulto, se relaciona con la violencia heredada por las horas extracurriculares cargadas de ejercicio físico: gana el fuerte, se humilla al débil. El deporte es divertimento. El hombre, ya adulto, memoriza, se enferma de nervios, busca, diciéndose no buscarlo, la aprobación, el diez, la mejor nota, el pase directo a la comodidad de poder sentarse en la primer fila (pero estando en la última) para leerse a si mismo como menos miserable; para sentirse un poco más.
El hombre, ya adulto, se sigue burlando de la religión, por miedo.
El hombre, ya adulto, se dice, como siempre, que pronto llegará el momento en que tomará las riendas, que será en breve, que es un ciclo, un pequeño sacrificio, que ya falta poco.
El hombre, ya adulto, jamás supera sus primeros dieciocho años de vida. Y de pronto, ahí, en el rincón del aula, dónde solía haber un chico dormido, hay un anciano muerto.
Por eso todo huele a podrido.   

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