EL ESCUADRÓN DE PERSONAJES DESECHADOS
Al final de la historia mato a mi mejor amigo.
Sacó el celular y, sin detenerse, marcó un número. Tuvo que bajar la cabeza para hacerlo. Casi se mata al tropezar con un pedazo de vereda que asomaba burlona, levantada por culpa de un árbol que la había violentado con sus ramas viriles, invasivas, fuertes, llenas de savia.
Puteó, después se llevó el teléfono (grande, nada de última generación para él) al oído. Un timbrazo… Dos…
Dobló en una esquina, agitado, dejándose llevar por un impulso. Su sombra quedó delante suyo.
Sus pisadas levantaban ecos en la noche silenciosa. Se tentó: “Los perdí… Es probable que los haya perdido…” (era un pensamiento en frecuencia baja… Su cabeza era instinto puro, supervivencia. La ecuación era: ESCAPAR- LLAMAR A PERCHA… El resto era un decorado vertiginoso).
-¿Sí?
Escuchó la voz al mismo tiempo que escuchaba resurgir el motor de la vieja Chevy. Se aproximaban.
-¡Me descubrieron! –gritó.
-¿Eh?
-¡Me descubrieron… Pelotudo!
Volvió a doblar, confiando en su oído, alejándose del motor que avanzaba, implacable. La transpiración le empapaba la frente, la espalda, las pelotas. Las piernas le dolían, el estómago le dolía, la cabeza le dolía…
Recordó que una vez había leído en un foro muy estúpido que una persona había muerto al consumir cocaína y luego presentarse en una maratón. Dos kilómetros y el corazón había reventado. El tipo (lo afirmaba alguien que parecía tener autoridad en el foro) estaba con el pene duro como una roca; una sonrisa enorme; todos los músculos agarrotados.
A las tres y cuarto de la madrugada, con la cien palpitando furiosa, dos líneas de coca encima y un miedo gigante el foro ya no parecía tan estúpido.
-¿Palo?
-¡Si!
Otro de baja frecuencia: “¿No tenés identificador de llamada, forro?”.
-Pero… ¿Qué…? Escuchame, ¿dónde estás? –sonó preocupado. Eso hizo que Palo se tranquilizará. Su madre solía decir: “No es bueno contagiar el caos, pero tampoco es bueno ser el único alterado”.
-No tengo idea de dónde estoy…
-¿Te están siguiendo? –su alarma crecía.
-¡Sí!
-Sos un boludo… Te dije que tuvieras cuidado…
-Percha, la puta que te parió…
-Te dije… ¡Te dije! –parecía al borde del llanto.
-Percha… -De pronto le estaba costando mucho llegar a la próxima esquina-. Ayudame, por favor…
-Pero…
-No se puede… tomé precauciones… Es imposible… No podemos hacerlo a nuestro modo… Me van a hacer mierda…
La esquina, incluso, daba la impresión de alejarse. La Chevy , no habia lugar a dudas, adivinaba sus pasos: el rugido crecía.
-No, no, no, no… -Percha, ahora si, lloraba.
Una imagen fugaz: Percha en el primario, llorando en un rincón, porque un grupito de pibes había decidido que no podía formar parte de ninguno de los equipos de fútbol que se habían armado en el patio. Un llanto silencioso, avergonzado… Un llanto con más de odio que de tristeza. Después de eso Percha no había tardado en transformarse en su mejor amigo… Y ya nunca lo había visto llorar. Porque Percha, a pesar de lo que muchos habían pensado esa tarde en ese roñoso patio de colegio, era fuerte.
-Percha…
-No, no, no…
Llegó a la conclusión con una sorprendente resignación: Percha lloraba porque sabía que ya estaba muerto… Percha no podía ayudarlo.
Algo de reproche: “Pero todo esto fue idea de él…”. Luego volvió la certeza determinante y concreta: “Ésto es el Final”.
Dejó de correr, sin proponérselo. Sólo se detuvo, sin más. De la esquina aún lo separaban unos cuantos metros: “Mi último fracaso…”.
El corazón, con su ritmo, le sacudía todo el cuerpo. Un viento frío le acariciaba las mejillas. El pecho subía y bajaba.
-Percha…
-No, no, no…
-¡Percha!
-…
Tomó aire:
-Voy a borrar tu número de este celular, Percha… Voy a borrar esta llamada…
-Palo…
-Y nunca lo intentés Percha… Cuando estés convencido de verdad van a aparecer, de la nada…
Cortó.
Se dejó caer de rodillas. Borró el número de Percha, borró la llamada, tal como había dicho. Después de hacerlo, por las dudas, sacó el chip y lo tiró por una boca de tormenta que había a unos metros.
“Mis viejos van a decepcionarse… Está bien, eran los únicos que aún no se habían defraudado…”.
Esperó.
Palo se llevó las manos a la nuca.
Iba entre medio
de dos de ellos. Llevaban pasamontañas negros que tenían una gran H bordada en
rojo a la altura de la frente.
—¡No levantés
la vista, hijo de puta!
Recibió un
fuerte golpe en la cien que le bajó la vista de inmediato.
—Vamos a darte
otra oportunidad… —dijo el tipo que manejaba. Su voz era grave—. Tu última
oportunidad para que no arruines la Historia.
—Yo no soy
parte de ninguna his…
Otro golpe.
Esta vez en las costillas. Palo se debatió en el lugar a pesar de tener las
manos fuertemente atadas. Sólo consiguió que lo golpearan más: tres puñetazos
certeros. Uno de ellos en medio de la cara. La nariz le sangraba.
El tipo que
manejaba siguió.
—Podés robar,
matar, cogerte a tu vieja, traicionar la bandera bajo la que naciste… Está todo
preparado para que lo hagas… No va a faltarte adrenalina… Nunca… Pero no
arruines la Historia.
¿Entendés eso?
Palo estaba
hecho un bollo sobre si mismo. Sus “custodios” lo tomaron de los brazos para
incorporarlo.
—Te están
hablando, infeliz…
—Contestá…
—Es muy típico
de los Secundarios ser tan dramáticos…
Palo se sacó el
pelo de la cara con un movimiento brusco. El calor pegajoso de la sangre (que
ya le bañaba el mentón) estaba lejos de tranquilizarlo. La sangre le advertía
que ya estaba todo dicho.
Ya había caído
el preciado líquido rojo, entonces, ¿qué más daba morir?
El problema, el
gran problema, el problema por excelencia, la madre de todos los problemas, el
problema Génesis, era que él sabía que los Hombre H no iban a matarlo. Tenían
armas, eran agresivos, pero si los desafiaba no iba a conseguir una bala en la
cien. Lo sabía. Eran una representación prototípica, pero en esencia eran mucho
más peligrosos que un poco de pólvora en el cerebro.
—Secundario las
pelotas…
El auto pasó
por un bache y Palo se chocó la cabeza contra el techo. Iban a gran velocidad.
De pronto frenaron, con un ensordecedor chillido de los neumáticos.
El conductor se
bajó, sin perder un segundo, dando un portazo. Los tipos que rodeaban a Palo se
bajaron, entre asustados y obedientes. El que era sin duda el jefe de aquel
grupo de Hombres H agarró a Palo por el cuello de la remera y lo arrojó al
asfalto, con brusquedad.
Palo no pudo
hacer nada para evitar aterrizar de boca. Se hizo un tajo en el labio.
Más Sangre.
“Mierda… Estoy
vivo…”.
—¡En los
Espacios Vacíos tenés que limitarte a cumplir tu rol, imbécil! —escuchó que le
gritaba el otro, mientras le daba una patada en las pelotas—. ¡Nadie te prohíbe
ser un delincuente! ¡La
Historia sólo exige ser escrita!
Una patada.
Dos patadas.
Palo se tragó
un diente.
Cuando pudo
levantar la vista vio que el tipo lo apuntaba con una pistola. Detrás de él
estaban los otros dos, firmes, soberbios. Chupa pijas.
“Va a pasar…
Van a volverme al Principio… Voy a tener que repetirlo, hasta hacerlo bien…”.
Cerró los ojos,
pensando en que no podría soportarlo.
Escuchó los
disparos (muchos) y su cuerpo tembló.
Abrió los ojos.
Uno por vez.
No tardó en
pasar de asustado a intrigado.
Los tres
Hombres H estaban en el piso. Sus cabezas habían estallado.
—Tres putitos
chupamedias menos… —dijo alguien desde la oscuridad.
—Parece que
esta noche vamos a poder divertirnos un poco…
—hgtkj…
Se aproximaron,
muy de poco, son reserva, precavidos.
—Ho… hola…
Salieron de las
sombras.
Eran tres,
llevaban armas y ropa rotosas.
Eran deformes:
uno de ellos arrastraba una tercer pierna atrofiada, muerta.
Palo tuvo que
desviar la vista, con algo de repugnancia.
—Buenas noches,
incauto. Somos el Escuadrón de Personajes Desechados y venimos a darle emoción
a esta basura…
—¿htyjktrfgbmxsdw?
Palo miró a su
interlocutor. Su cara era tan extraña que no pudo definir dónde estaba la boca.
—¿Eh?
—Perdonalo…
nunca le dieron voz, no sabe expresarse… —el que le hablaba tenía una especie
de mano asomando de la frente—. Pregunta qué mierda es lo que quisiste hacer…
El deforme “sin
voz” asintió, entusiasta.
Palo se miró
los pies. Estaba en una camioneta semi derruida, otra vez atravesando la ciudad
a gran velocidad. Se frotó las muñecas recién liberadas.
—Quiero
demostrarles que no soy parte de ninguna Historia…
Los miembros
del Escuadrón de Personajes Desechados se miraron (incluso el que manejaba, que
tenía cuatro ojos) y estallaron en ruidosas y desconcertantes carcajadas.
Estuvieron así un rato, hasta que el de la mano en la frente dijo, luego de
enjuagarse las lágrimas de la risa:
—Sí que sos
parte de una Historia…
—No, yo…
—¿htyjktrfgbmxsdw?
—¿Eh?
—¡¿htyjktrfgbmxsdw?!
—¡No ENTIENDO!
—Te está preguntando lo mismo… ¿Qué
mierda quisiste hacer?
—Me quise
matar…
La declaración,
tímida, desató otra ola de carcajadas.
—¡¿Qué cosa les
da tanta gracia?!
—Perdón… pero…
—¿No te das
cuenta?
—¿ghtgbsd?
—¿De qué?
Palo los miró,
uno por uno, luchando contra su estómago, que se revolvía.
—El Hacedor es
bastante idiota… Sólo hay una cosa que el Hacedor tiene predeterminado desde el
Principio: el Final. Los Hombre H son los guardianes de ese Final.
—Pero… Pero…
Se quebró. Se
sintió sucio entre esos seres tan grasientos. Se hundió en si mismo,
desesperanzado.
Una mano
exageradamente grande se posó sobre su hombro.
—Pero tampoco
es para tanto, incauto… Siempre hay alguna alternativa.
Palo lo
observó, con desconfianza.
—¿Alternativa?
—Claro… No
podés no ser parte de la
Historia , pero podés desaparecer de ella, volverte una
laguna… Saldrías mucho mejor parado que nosotros, que apenas fuimos un boceto…
Palo escuchó
con atención.
Se bajó en una
esquina conocida. Rengueaba, pero se sentía bien.
—¿En serio no
querés venir con nosotros?
—Tengo cosas
que hacer… Y va a llevarme tiempo…
—htyhrw…
No lo entendió,
pero sonaba decepcionado.
—Está bien…
Tampoco es la gran cosa… No vamos a destruir nada… Nuestro vandalismo es más
práctico… Cambiamos el nombre de las calles, alteramos la información básica…
Si logramos volver loco al Hacedor antes de que termine todo este fastidio
quizás podríamos tener un Apocalipsis un tanto más original…
—Ojalá…
—Ojalá.
Un pequeño
silencio.
Luego:
—Suerte con
eso… Y gracias…
—No lo hicimos
por vos… Queríamos borrar del mapa a esos ratis…
—Está bien…
—Suerte.
Palo asintió y
levantó un pulgar.
La camioneta se
puso en marcha.
—¡Hey!
—¿Sí?
—¿tgh?
—Quería preguntarles
algo…
—Preguntá…
—Entiendo que
sean ideas desechadas… Pero… Eh… ¿por qué son deformes?
—Mmm…
Pongámoslo así: la próxima vez que hagas un bollo con una hoja borrador pensalo
dos veces. Pensá en las consecuencias.
Dicho aquello,
se largaron.
Pensó en
golpear la puerta, pero se decidió por su entrada particular. Trepó por una de
las paredes del vecino y llegó directo a la ventana del cuarto de Percha.
Golpeó.
Su amigo no
tardó en abrirle. Al verlo, sus ojos, irritados, se notaba que había estado
llorando, se abrieron de par en par.
—¡PALO!
Intentó
abrazarlo, pero Palo lo detuvo.
Levantó la
pistola recién adquirida.
—Perdoná…
Percha
retocedió. Se enredó con sus propios pies y cayó.
—¿Qué… qué
pasa…?
Palo avanzó,
sin dejar de apuntarle.
—Percha… Hay
una única forma de no ser Historia…
—Palo… pará…
—Basta con No
Ser… Es fácil No Ser…
—Palo, me estás
asustando mucho… Por favor…
Una mancha de
orina se dibujó en sus pantalones.
—Si nadie nos
piensa, ya no somos… Es tan fácil como eso… Siempre fue así de fácil, Percha…
Percha quiso
levantarse, apoyándose contra el placar, pero Palo, veloz, lo detuvo,
poniéndole el arma en medio de la frente.
—Pará… ¡Por
favor!
Sollozaba.
—Dejar de
existir es mejor que morir…
—No, Palo,
estás mal…
Palo ejerció
presión, para que no pudiera moverse.
—Vos sos el que
mejor me conoce, el que más me sabe, el que más libertad me dio… Pero el que
más me vuelve un esclavo de Ser… Tengo que empezar por vos… No hay otra…
—Pa… Palo… por favor…
Lloraba, de
modo tan intenso que toda su cara era agua.
Se encontraron
sus pupilas: se vieron ahí, muchos sábados leyendo en el patio, hablando de
escribir una historia juntos, riendo, sin pensar en ningún final.
—Así nunca te
van a elegir para formar parte de algún equipo…
Supo (recordó) que
a eso se reducía todo: o eras uno de los elegidos o te quedabas mirando el
partido de afuera. No había puntos medios.
Era injusto.
Demasiado.
“El fútbol es
una mierda”, se dijo, delirando, al tiempo que apretaba el gatillo.
Caminó hasta
una mesita, tambaleándose.
—Ya está… ya
está… Si hice esto lo otro va a ser una pavada…
Temblaba. Su
cuerpo, su voz, su espíritu.
Su vista se
nubló. Cuando pudo recuperar el foco vio unas hojas, escritas a mano, con una
letra horrible, presurosa. Pudo reconocerla, sin esfuerzo.
Leyó.
El arma cayó de
sus manos.
Era una
historia.
“El
Escuadrón de Personajes Desechados”
Por
Percha
Su vista volvió
a nublarse.
Más
convulsiones.
—Hijo de puta…
—soltó mientras se desplomaba.
—Historia se
combate con Historia… —fue lo único que soltó en el juicio.
No pudieron
encarcelarlo, estaba mal de la cabeza según el Juez.
“Su cabeza está
a años luz de esta realidad”, expresó.
Al final de la historia mato a mi mejor
amigo.
Me parece un
buen comienzo.
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Muy bueno mati, me gusto mucho, siempre es un placer leer tus cosas.
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