11 Flores Violetas... [III]

29 mar 2010

11 Flores Violetas para el Funeral de un Conejo Blanco



[parte 3 de 3]

A Celes, por el aguante.


IV.

—Cecilia, esto es absurdo, en serio…
—Sí, pero es divertido… —me miró con una amplia sonrisa. Sus dientes no eran perfectos, pero me había enamorado de ellos—. ¿Te divierte, no?
—No sé…
Estábamos cayendo… No sé de dónde, no sé hacia dónde… Caíamos…. Y muchas flores, todas violetas, nos hacían compañía en la caída.
—¿Ya no te gusto?
Me dolió su tono triste… me dolió muchísimo. Logró que me odiara mucho a mi mismo y eso hizo que la odiara un poco más a ella.
—No sé por qué no se me paró… 
—Eso no me importa Esteban… Me refiero a otra cosa… -sus ojos se clavaron en los míos. Me amaba.
—No te referís a otra cosa… Te entiendo… Algo anda mal… Estoy preocupado… o asustado… o las dos cosas… No es excusa, pero… Me siento encerrado.
—¿Sentís que te encierro? –con movimientos lentos logró darme la espalda.
Yo suspiré y me fijé en su pelo que por efecto de la caída se elevaba sobre ella, como si fuera uno de esos graciosos gorros de duendes.
—Me gusta tu color de pelo… Vas a cumplir todos tus sueños… Yo no.
—Ya no te gusto…
—Cecilia… —traté de tocarle el hombro, para que se volteara, pero no pude hacerlo… De repente empezábamos a alejarnos—. Vas a llegar al piso… Tarde o temprano… Yo… Yo no voy a llegar nunca… Pase lo que pase voy a caer… siempre.
—Entonces no estás tan encerrado… ¡SOS UN MENTIROSO!
No había dudas, lloraba.
Pensé en sus palabras… Cuando levanté la vista ella estaba cada vez más lejos.
—Cecilia…
—¿Qué? —su voz sonó cerca.
(hay voces que siempre suenan cerca)
—Que tengas un feliz aterrizaje…
Cerré los ojos, el viento me acarició… Unos cuantos pétalos intentaron limpiar mis lágrimas… Pero ya era tarde.
Seguía cayendo…

Abrí los ojos para ver cómo la puerta del ascensor se abría frente a mí. Estaba tirado en el piso. Había sufrido un desmayo.
Me incorporé con velocidad, medio perdido, con un leve e injustificado sentimiento de culpa y con un revoltijo grande en el estómago. Bajé antes de que la enorme boca de metal se cerrara.
—Dónde mierda…
Un cartel respondió la pregunta antes de que pudiera formularla completa.
“Piso 11”.
“Perfecto…”, pensé sin saber si estaba siendo irónico o no.
Miré para ambos lados del pasillo extenso y luminoso: a unos cuantos metros a la izquierda había una larga fila de sillas, de esas de plástico oscuro… Las incómodas… Esas que están conectadas unas con otras, haciendo que si te movés fastidies al otro… O que el otro te fastidie.
Había un joven sentado ahí, con una caja a sus pies… Tendría veinte años como mucho, acné en el rostro y el pelo muy grasoso. Movía las manos con nerviosismo.
Antes de que pudiera pensar en desaparecer se giró y me vio.
—Buenas… —exclamó y los cachetes se le encendieron al rojo vivo.
—Buenas… —susurré para resultar cortés.
—¿Vos también vas a ser papá?
—¿Qué? —lo observé con intriga.
“No creo que pueda ser papá… la última vez que estuve con una chica no se me paró… Y eso que era la chica más hermosa del Mundo…”.
Caminé hacia él.
—Éste es el piso de partos… Mi mujer… bueno… novia… —sonrió con estupidez suprema, se ruborizó más, bajó la vista y siguió hablando—. Mi novia está teniendo a nuestro hijo ahora… Está en esa sala…
Señaló una puerta blanca… Una puerta igual a las otras del piso. Una puerta que podía ser cualquier puerta.
—Felicitaciones… —respondí de modo automático. Me apresuré a agregar:—. Supongo…
—Estoy muy contento… Aún no pensamos un nombre… —se puso muy serio—. Eso me preocupa… Sería muy inapropiado tener un hijo sin nombre…
En ese momento se escucharon unos gritos de dolor. Sentí fuertes puntadas en la cabeza.
El padre primerizo y prematuro miró hacia la puerta que podía ser cualquier puerta y abrió mucho los ojos.
—Está viniendo… —exclamó, entre asombrado y horrorizado.
“Corré… Corré… Andate… Sería lo más lógico… yo te entendería, en serio”.
Pero eso no pasó. Los gritos continuaron y él se quedó petrificado en su lugar. Al cabo de unos minutos, cautivado por esa sinfonía de agonía, me senté a su lado.
—Tu mu… novia… debe estar sufriendo mucho…
Asintió, muy lentamente.
Nos quedamos así por otro rato, hasta que un médico sin expresión (barbijo, gorro, lentes) se asomó por una de las puertas.
—¿Quién es el padre? —preguntó, seco.
El muchacho se paró y se dirigió al profesional con paso firme. Pensé en palmearle la espalda a modo de ánimos, pero, entre que lo evalué, fue tarde para hacerlo.
Bajé la vista y me fijé en la caja.
“¿Qué carajo tendrá?”, me pregunté.
Lo primero que vino a mi mente fue, claro, una bomba.
Vi el relojito, los cartuchos de dinamita...
Lejos de asustarme, sonreí.
En determinado momento la silla se movió y supe que el flamante padre acababa de recuperar su asiento.
—¿Y? —pregunté, sacudiendo la cabeza para librarme de todos mis pensamientos terroristas.
—¿Y, qué?
—¿Cómo salió todo?
—Bien… Sólo… Sólo nació deforme…
Se giró y me clavó sus ojos grandes, tontos. Sonrió. Yo me sentí de hielo por dos o tres minutos.
—Lo… Lo sien…
—Está bien… Voy a quererlo igual…
—Me parece bien…
—Y no voy a dejar que nadie se burlé de él…
Tenía la voz de un padre orgulloso y lo admiré por eso.
—Mejor que lo defiendas…
—Sí… Y voy a mimarlo… Éste es mi primer regalo…
La expresión optimista, dolorosa y aniñada de aquel nuevo hombre era abrumadora. Señaló la caja.
Quise devolverle la sonrisa y no me sentí capaz. Quizás yo nunca vaya a ser un hombre.
—¿Qué le compraste?
—Miralo vos mismo… —lo dijo casi de modo imperativo.
“Capaz que, después de todo, sí tenga una bomba improvisada...”.
Abrí una de las orejas de la caja y lo que vi me dejó duro.
—¿Le compraste un conejo?
—Sí… Dicen que hacen bien a los nenes…
El conejo me miró… nos vimos… Algo volvió a mi pecho… Angustia pura.
Parece que tenés algo con los conejos…
—Ese conejo está sufriendo, encerrado ahí…
—Estaba peor en la vidriera…
—No… no entendés…
No podía despegarme de la mirada del bicho. GRITABA.
Me levanté y empecé a retroceder.
—No puedo dejar a mi hijo sin nombre… Si me decís tu nombre podríamos…
Y siguió hablando, pero el animalito ya me había absorbido. Sufrí por él.
Sufrí lo que él sufría. La empatía me lastimó el cerebro.
—Perdón… —susurré.
Y me fui.
Huí.

V.

Antes de salir del hospital me metí en el baño de la planta baja. Miré la línea de puertas y abrí una al azar. Sentada sobre la tapa del inodoro, en pose budista, estaba la enfermera de tetas grandes y cicatriz en el cuello. K.
—Éste es el baño de hombres…
—Por eso estoy acá… —me dijo.
—El viejo de la 56 está loco…
—Ya sé…
Me arremangué el buzo y estiré el brazo hacia ella.
—Quiero un poco de eso que tenés ahí… —dije señalándole el bolsillo.
Ella sonrió y empezó a preparar la jeringa.
—Hace un rato vino una chica a recepción… Preguntaba por vos… Parecía preocupada… Quería verte.
—¿Luciana?
—Pero no la dejaron pasar… La habrían dejado… Tu estado es grave y está bien que alguien se quede con vos toda la noche… Pero esa chica era menor de edad.
—¿Menor de edad?
(siete gotas, ocho gotas…
—Sí…
—¿Era morocha?
…nueve gotas…
—Sí…
—¿Y tenía algo violeta?
…diez gotas…
—La remera…
Sonreí.
—Cecilia tiene fascinación con ese color… Dice que algún día se va a teñir el pelo de violeta…
…once gotas)
—Es muy linda chica…
—Es hermosa…
No miré la aguja cuando me inyectó para no descomponerme.
Un escalofrío me erizó los pelos de la nuca.
—¿Te gusta este lugar?
—Odio los hospitales… los viejos se mueren con demencia, los chicos nacen deformes…
—No te hablaba del hospital… hablaba del Mundo.
—Es igual…
Lo meditó y dijo:
—Hay una película que tiene un fotograma oculto del Mundo estallando…
Sonreí.
—Eso no puede ser… El Mundo aún no explotó…
—El Mundo está explotando en este momento… Siempre está explotando.
Sonreí con más ganas.
—¿De dónde es el fotograma? ¿De qué peli?
—Una de Mad Crampi, si no me equivoco…
Después me preguntó si quería mirarle las tetas y asentí. Pero la cicatriz de su cuello era mejor. La cicatriz la hacía especial.
No pudimos hacer nada, por supuesto.
Mi pájaro estaba muerto.

VI.

La noche estaba hermosa y sentí un alivio enorme al salir. Sólo me dolían un poco las cuencas de los ojos. No los ojos, las cuencas.
Me metí la mano en el jean y saqué el fibrón que siempre llevo conmigo. En una de las paredes laterales del hospital escribí: “Todo lo que soy lo soy por accidente”. Y subrayé la palabra “accidente” tres veces. Abajo dibujé un conejo decapitado.
Me alejé, pensando en no sé qué y entonces escuché un tintineo a mis pies. Me detuve para mirar justo al tiempo que sonaba un bocinazo y un camión pasaba a dos centímetros de mi cara.
No me pregunten cómo llegué allí pero estaba en medio de la avenida. El corazón me latía con fuerza. El conductor del camión que casi me mata me insultó con inusual originalidad.
Levanté la pata de conejo del suelo y corrí hacia la vereda, asustado.
No sé cómo se salió esa porquería de mi bolsillo. La miré con atención y me pareció oír la tos y la risa del viejo. Tomé fuerzas y tiré el puto llavero lo más lejos que pude.
Miré mi reloj y pude verlo en el instante en que pasaba de 11:11 a 11:12. No me sorprendí.
La calle estaba demasiado solitaria y por eso empecé a correr… Antes de caer inconsciente me acuerdo que pensé que ese día se me estaba haciendo eterno y que extrañaba a mamá.
A mamá con sus orejas largas.


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3 Diálogos:

Anónimo dijo...

djadjjdkajnndkajdf

Anónimo dijo...

las sillas de plastico las que parecen una palangana con patasss las odio son horrendas. sirven nada mas para apilarse...

espero mas
saludos cell

made atom dijo...

Pregunta: Qué película es la del fotograma?

Saludos.