11 Flores Violetas para el Funeral de un Conejo Blanco
[parte 3 de 3]
A Celes, por el aguante.
IV.
—Cecilia, esto es absurdo, en serio…
—Sí, pero es divertido… —me miró con una amplia sonrisa.
Sus dientes no eran perfectos, pero me había enamorado de ellos—. ¿Te divierte,
no?
—No sé…
Estábamos cayendo… No sé de dónde, no sé hacia dónde…
Caíamos…. Y muchas flores, todas violetas, nos hacían compañía en la caída.
—¿Ya no te gusto?
Me dolió su tono triste… me dolió muchísimo. Logró que me
odiara mucho a mi mismo y eso hizo que la odiara un poco más a ella.
—No sé por qué no se me paró…
—Eso no me importa Esteban… Me refiero a otra cosa… -sus
ojos se clavaron en los míos. Me amaba.
—No te referís a otra cosa… Te entiendo… Algo anda mal…
Estoy preocupado… o asustado… o las dos cosas… No es excusa, pero… Me siento
encerrado.
—¿Sentís que te encierro? –con movimientos lentos logró
darme la espalda.
Yo suspiré y me fijé en su pelo que por efecto de la caída
se elevaba sobre ella, como si fuera uno de esos graciosos gorros de duendes.
—Me gusta tu color de pelo… Vas a cumplir todos tus sueños…
Yo no.
—Ya no te gusto…
—Cecilia… —traté de tocarle el hombro, para que se
volteara, pero no pude hacerlo… De repente empezábamos a alejarnos—. Vas a
llegar al piso… Tarde o temprano… Yo… Yo no voy a llegar nunca… Pase lo que
pase voy a caer… siempre.
—Entonces no estás tan encerrado… ¡SOS UN MENTIROSO!
No había dudas, lloraba.
Pensé en sus palabras… Cuando levanté la vista ella estaba
cada vez más lejos.
—Cecilia…
—¿Qué? —su voz sonó cerca.
(hay voces que siempre suenan cerca)
—Que tengas un feliz aterrizaje…
Cerré los ojos, el viento me acarició… Unos cuantos pétalos
intentaron limpiar mis lágrimas… Pero ya era tarde.
Seguía cayendo…
Abrí los ojos para ver
cómo la puerta del ascensor se abría frente a mí. Estaba tirado en el piso.
Había sufrido un desmayo.
Me incorporé con
velocidad, medio perdido, con un leve e injustificado sentimiento de culpa y
con un revoltijo grande en el estómago. Bajé antes de que la enorme boca de metal
se cerrara.
—Dónde mierda…
Un cartel respondió la
pregunta antes de que pudiera formularla completa.
“Piso 11” .
“Perfecto…”, pensé sin
saber si estaba siendo irónico o no.
Miré para ambos lados
del pasillo extenso y luminoso: a unos cuantos metros a la izquierda había una
larga fila de sillas, de esas de plástico oscuro… Las incómodas… Esas que están
conectadas unas con otras, haciendo que si te movés fastidies al otro… O que el
otro te fastidie.
Había un joven sentado
ahí, con una caja a sus pies… Tendría veinte años como mucho, acné en el rostro
y el pelo muy grasoso. Movía las manos con nerviosismo.
Antes de que pudiera
pensar en desaparecer se giró y me vio.
—Buenas… —exclamó y
los cachetes se le encendieron al rojo vivo.
—Buenas… —susurré para
resultar cortés.
—¿Vos también vas a
ser papá?
—¿Qué? —lo observé con
intriga.
“No creo que pueda ser
papá… la última vez que estuve con una chica no se me paró… Y eso que era la
chica más hermosa del Mundo…”.
Caminé hacia él.
—Éste es el piso de partos…
Mi mujer… bueno… novia… —sonrió con estupidez suprema, se ruborizó más, bajó la
vista y siguió hablando—. Mi novia está teniendo a nuestro hijo ahora… Está en
esa sala…
Señaló una puerta
blanca… Una puerta igual a las otras del piso. Una puerta que podía ser
cualquier puerta.
—Felicitaciones… —respondí
de modo automático. Me apresuré a agregar:—. Supongo…
—Estoy muy contento…
Aún no pensamos un nombre… —se puso muy serio—. Eso me preocupa… Sería muy
inapropiado tener un hijo sin nombre…
En ese momento se escucharon
unos gritos de dolor. Sentí fuertes puntadas en la cabeza.
El padre primerizo y
prematuro miró hacia la puerta que podía ser cualquier puerta y abrió mucho los
ojos.
—Está viniendo… —exclamó,
entre asombrado y horrorizado.
“Corré… Corré… Andate…
Sería lo más lógico… yo te entendería, en serio”.
Pero eso no pasó. Los
gritos continuaron y él se quedó petrificado en su lugar. Al cabo de unos
minutos, cautivado por esa sinfonía de agonía, me senté a su lado.
—Tu mu… novia… debe
estar sufriendo mucho…
Asintió, muy
lentamente.
Nos quedamos así por
otro rato, hasta que un médico sin expresión (barbijo, gorro, lentes) se asomó
por una de las puertas.
—¿Quién es el padre? —preguntó,
seco.
El muchacho se paró y
se dirigió al profesional con paso firme. Pensé en palmearle la espalda a modo
de ánimos, pero, entre que lo evalué, fue tarde para hacerlo.
Bajé la vista y me
fijé en la caja.
“¿Qué carajo tendrá?”,
me pregunté.
Lo primero que vino a
mi mente fue, claro, una bomba.
Vi el relojito, los
cartuchos de dinamita...
Lejos de asustarme,
sonreí.
En determinado momento
la silla se movió y supe que el flamante padre acababa de recuperar su asiento.
—¿Y? —pregunté,
sacudiendo la cabeza para librarme de todos mis pensamientos terroristas.
—¿Y, qué?
—¿Cómo salió todo?
—Bien… Sólo… Sólo
nació deforme…
Se giró y me clavó sus
ojos grandes, tontos. Sonrió. Yo me sentí de hielo por dos o tres minutos.
—Lo… Lo sien…
—Está bien… Voy a
quererlo igual…
—Me parece bien…
—Y no voy a dejar que
nadie se burlé de él…
Tenía la voz de un
padre orgulloso y lo admiré por eso.
—Mejor que lo
defiendas…
—Sí… Y voy a mimarlo…
Éste es mi primer regalo…
La expresión
optimista, dolorosa y aniñada de aquel nuevo hombre era abrumadora. Señaló la
caja.
Quise devolverle la
sonrisa y no me sentí capaz. Quizás yo nunca vaya a ser un hombre.
—¿Qué le compraste?
—Miralo vos mismo… —lo
dijo casi de modo imperativo.
“Capaz que, después de
todo, sí tenga una bomba improvisada...”.
Abrí una de las orejas
de la caja y lo que vi me dejó duro.
—¿Le compraste un
conejo?
—Sí… Dicen que hacen
bien a los nenes…
El conejo me miró… nos
vimos… Algo volvió a mi pecho… Angustia pura.
Parece que tenés algo con los conejos…
—Ese conejo está
sufriendo, encerrado ahí…
—Estaba peor en la
vidriera…
—No… no entendés…
No podía despegarme de
la mirada del bicho. GRITABA.
Me levanté y empecé a
retroceder.
—No puedo dejar a mi
hijo sin nombre… Si me decís tu nombre podríamos…
Y siguió hablando,
pero el animalito ya me había absorbido. Sufrí por él.
Sufrí lo que él
sufría. La empatía me lastimó el cerebro.
—Perdón… —susurré.
Y me fui.
…
Huí.
V.
Antes de salir del hospital me metí
en el baño de la planta baja. Miré la línea de puertas y abrí una al azar.
Sentada sobre la tapa del inodoro, en pose budista, estaba la enfermera de tetas
grandes y cicatriz en el cuello. K.
—Éste es el baño de hombres…
—Por eso estoy acá… —me dijo.
—El viejo de la 56 está loco…
—Ya sé…
Me arremangué el buzo y estiré el
brazo hacia ella.
—Quiero un poco de eso que tenés
ahí… —dije señalándole el bolsillo.
Ella sonrió y empezó a preparar la
jeringa.
—Hace un rato vino una chica a
recepción… Preguntaba por vos… Parecía preocupada… Quería verte.
—¿Luciana?
—Pero no la dejaron pasar… La
habrían dejado… Tu estado es grave y está bien que alguien se quede con vos
toda la noche… Pero esa chica era menor de edad.
—¿Menor de edad?
(siete gotas, ocho gotas…
—Sí…
—¿Era morocha?
…nueve gotas…
—Sí…
—¿Y tenía algo violeta?
…diez gotas…
—La remera…
Sonreí.
—Cecilia tiene fascinación con ese
color… Dice que algún día se va a teñir el pelo de violeta…
…once gotas)
—Es muy linda chica…
—Es hermosa…
No miré la aguja cuando me inyectó
para no descomponerme.
Un escalofrío me erizó los pelos de
la nuca.
—¿Te gusta este lugar?
—Odio los hospitales… los viejos se
mueren con demencia, los chicos nacen deformes…
—No te hablaba del hospital…
hablaba del Mundo.
—Es igual…
Lo meditó y dijo:
—Hay una película que tiene un
fotograma oculto del Mundo estallando…
Sonreí.
—Eso no puede ser… El Mundo aún no
explotó…
—El Mundo está explotando en este momento…
Siempre está explotando.
Sonreí con más ganas.
—¿De dónde es el fotograma? ¿De qué
peli?
—Una de Mad Crampi, si no me
equivoco…
Después me preguntó si quería
mirarle las tetas y asentí. Pero la cicatriz de su cuello era mejor. La cicatriz
la hacía especial.
No pudimos hacer nada, por
supuesto.
Mi pájaro estaba muerto.
VI.
La noche estaba hermosa y sentí un
alivio enorme al salir. Sólo me dolían un poco las cuencas de los ojos. No los
ojos, las cuencas.
Me metí la mano en el jean y saqué
el fibrón que siempre llevo conmigo. En una de las paredes laterales del
hospital escribí: “Todo lo que soy lo soy por accidente”. Y subrayé la palabra “accidente”
tres veces. Abajo dibujé un conejo decapitado.
Me alejé, pensando en no sé qué y
entonces escuché un tintineo a mis pies. Me detuve para mirar justo al tiempo
que sonaba un bocinazo y un camión pasaba a dos centímetros de mi cara.
No me pregunten cómo llegué allí
pero estaba en medio de la avenida. El corazón me latía con fuerza. El
conductor del camión que casi me mata me insultó con inusual originalidad.
Levanté la pata de conejo del suelo
y corrí hacia la vereda, asustado.
No sé cómo se salió esa porquería
de mi bolsillo. La miré con atención y me pareció oír la tos y la risa del
viejo. Tomé fuerzas y tiré el puto llavero lo más lejos que pude.
Miré mi reloj y pude verlo en el
instante en que pasaba de 11:11 a 11:12. No me sorprendí.
La calle estaba demasiado solitaria
y por eso empecé a correr… Antes de caer inconsciente me acuerdo que pensé que
ese día se me estaba haciendo eterno y que extrañaba a mamá.
A mamá con sus orejas largas.
["11 Flores Violetas..." está siendo publicado para plataformas Apple por http://www.moosgo.com/]
3 Diálogos:
djadjjdkajnndkajdf
las sillas de plastico las que parecen una palangana con patasss las odio son horrendas. sirven nada mas para apilarse...
espero mas
saludos cell
Pregunta: Qué película es la del fotograma?
Saludos.
Publicar un comentario