Cuatro Jinetes...

20 mar 2010

Cuatro Jinetes, Diez Cervezas y un Unicornio Muerto


Destapé la décima cerveza, le di un trago largo y caminé sin tambalearme hasta la ventana.
La luz de la calle seguía parpadeando, las sirenas sonaban a lo lejos; por momentos un resplandor, extraño, rojizo, brillaba en el cielo. Autos abandonados, un camión verde en la esquina con cinco tipos con armas y mascaras raras, la vecina gorda muerta en mitad de la calle después de haber saltado de la terraza, su perro aullando al lado, el tipo del quiosco de enfrente asomado como yo a la ventana…
Suspiré. Estaba aburrido… Cansado… Todo el asunto del Fin del Mundo me había hinchado las pelotas. Demasiado escándalo. Encima esa era mi última cerveza… Cuando la terminara ya no habría más y no iba a poder salir a comprar otra…
El del quiosco, con los ojos muy abiertos, me señaló a los del camión verde. Lo ignoré y cerré las cortinas. Hacia ya un par de días que venía jodiendo con rebelarse a los militares o lo que carajo fueran…
-Que se curtan todos- pensé y me dirigí al sillón. La tele estaba muerta y tenía aún el souvenir de nuestra última pelea. La pata de una silla estaba incrustada en la pantalla.
La luz se iba y venía, por eso tenía velas por todos lados… Cuando se armó el caos fui uno de los primeros en llegar al supermercado: tengo el don de presentir cuando la gente se va a volver idiota… me gasté lo que me restaba del sueldo en cervezas y velas… Después me enteré que todos saquearon el lugar… No es que me molestara gastar mis 50 pesos… Pero podría haber tenido más bebida…
Traté de relajarme… No pude.
La sirena seguía sonando a lo lejos. Insoportable.
Me acordé que tenía pilas guardadas. Las busqué y se las puse al equipo de música. La radio hablaba de nuevas explosiones y muertes en…
La saqué, puse mi cd preferido y subí el volumen… Jim Morrison gritó por los parlantes. Brindé, en soledad, por eso.
Entonces apareció ella.

Golpeó suave y es raro pero la escuché…
Agarré una de las botellas vacías y la golpeé con fuerza contra el borde de la mesa. Caminé hasta la puerta decidido a enfrentarme al que me viniera a decir que bajara el volumen….
-Que se curtan todos…
Abrí y la ví. Tenía el pelo largo y morocho, era pálida, tetas grandes, labios rojos y ojos inquietos. Tenía una bata como la que usan los enfermos en los hospitales pero más corta, no tenia corpiño y llevaba en la mano una mochila de motivo infantil, con el dibujo de un conejo.
-Yo podría salvarlos a todos- dijo muy segura de si misma.
Tenía zapatillas de lona gastadas, desatadas y medias a rayas blancas y negras que le subían hasta un poco por encima de las rodillas.
-Además tengo esto… -siguió. Abrió la mochila y me mostró el interior. Había licores, una botella de whisky y muchas latas de cerveza.
Intercambiamos sonrisas y entró.
No le pregunté cómo había sido que los del camión de la esquina la habían dejado pasar.
Destapó el whisky. Yo agarré una de las latas: estaban frías y el calor era sofocante.
Lo primero que hizo fue bailar. Se subió al sillón y empezó a moverse al ritmo de los Doors con una gracia particular.
No probó una gota del whisky, sino que para mi sorpresa se vació media botella encima. La bata se le pegó al cuerpo.
Me hizo señas y me acerqué, ahora si tambalente… Bailé con ella y por primera vez no me sentí torpe.
Me tomó con suavidad de la mano y sentí mucha intimidad en ese acto… Ella se rió con timidez y volcó lo que quedaba de la botella sobre mí… Sentí calor. Mucho. Me tomé la lata de cerveza de un trago.
Se acercó y susurró en mi oído:
-Soy un conejo… Los conejos vamos a sobrevivir al Apocalipsis… Los conejos somos inmunes al fuego… El mundo quedara habitado sólo por conejos… Va a ser divertido…
Era lo más coherente que había escuchado en meses.
-¿Sabés por qué empezó todo esto?
Negué con la cabeza mientras empezaba a acariciarla.
-Un tachero atropelló a un Unicornio en la 9 de Julio… Después de eso bajaron los cuatro jinetes…
Con lentitud se recostó en el sillón y me arrastró con ella.
-Tacheros de mierda- dije sólo por decir algo, mientras ella empezaba a frotarse contra mi- Son todos unos psicópatas…
Ella me miró fijo a los ojos y largó una carcajada suave.
-Tacheros de mierda…- repitió y empezó a acariciarme- Yo podría salvarlos a todos… Conozco el secreto…
La besé a través de la bata, el whisky me lastimaba los labios.
-¿Por qué no te importa?
Mientras lo decía me clavó las uñas. Sangré.
Acaricié sus piernas hasta llegar a los muslos. Nos besamos con pasión.
-¿Por qué no estás salvándolos si es que podés?- susurré a su oído, sonriendo.
Ella me miró, casi indignada. Se mordió el labio inferior con fuerza, con deseo. Pronto su sangre se mezcló con la mía. Sin sacarse la bata se sacó la ropa interior, con furia, enojada por mis palabras, desafiante.
La música parecía aumentar de volumen.
Sentí su humedad, ardiente.
Comenzó a cabalgarme sin despegar sus ojos de los míos. Con fuerza, gimiendo.
-Te escapaste del hospital neuro-psiquiátrico que hay a dos cuadras- le dije mientras mi cuerpo era invadido por pequeños temblores…
Ella aumentó el ritmo.
-Y vos aún pensás en la última chica que te dejó… Te destruyó…
La recorrí con mis manos, extasiado, perdiendo conciencia y siendo conciente de todo.
Ella se estiró hasta agarrar una de las velas encendidas. La acercó a mi, mientras ambos reíamos.
Las llamas cobraron vida al instante.
En el segundo antes de la explosión final ella se pegó a mi cuerpo y volvió a acelerarse.
Ambos gritamos.
En los últimos instantes, por encima de la música, pude escuchar disparos y a mi vecino gritar algo acerca de la libertad. Puede ver como ella se separaba de mí, victoriosa: las llamas no habían saltado a su cuerpo.
Los dos susurramos algo al unísono.
-Que se curtan todos…
Cerré los ojos. Ví un lugar lleno de conejos que saltaban de un lado a otro.
Fue lo último que ví.
Y fue tan aterrador como hermoso.

1 Diálogos:

Lu dijo...

grande morrison! grande!
tengo un leve problema y suelo sentirme identificada con todas estas cosas, vaya uno a saber si está bien o está mal