El día que No cambié el Mundo
Me metí en el baño y
cerré de un portazo. Estaba histérico… No hubo un detonante en particular, sólo
llegué a la rotunda conclusión de que aquello no podía seguir. Ya no podía
fingir, me sentía mal, enfermo, desganado… Entré a uno de los individuales,
bajé la tapa y me senté en el inodoro. Respiré hondo. Miré los límites que
convertían mi mundo en un dos por dos… Todo tan pulcro, sin lugar para el
desastre… Saqué una petaca de licor de la mochila. La bajé de un solo sorbo. Luego
saqué un fibrón y me propuse escribir
sin que me importara nada… Pero antes tenía que hacer otra cosa.
Me bajé el cierre del
pantalón y sin perder tiempo empecé a masturbarme.
A los pocos segundos
apareció ella. No la escuché entrar. Antes de que pudiera hacer otra cosa ya
había apartado la puerta de una patada y estaba delante mío, observándome.
Tenía el uniforme del colegio: chomba blanca, pollera cuadrille, zapatos,
medias hasta casi la rodilla, una mochila pequeña que dejó caer a su lado.
Se acercó y empezó a
acariciarse todo el cuerpo, con delicadeza y furia. Se levantó la pollera, me
mostró su humedad. Respiraba agitada. Sus ojos destilaban deseo.
Cuando ya no lo soporté
estiré una mano para tocarla. Mis dedos encontraron su piel sudorosa y suave
pero entonces me golpeó. Con fuerza, en la cara. Me percaté de que tenía una
manopla. La miré sin entender, me sonrió…
Me mostró qué tan
erectos estaban sus pezones. Volví a acercar una mano y me golpeó nuevamente.
Esta vez escupí sangre.
Se aproximó hasta
quedar sobre mi, sin que nos rozáramos siquiera. Empecé a masturbarme
nuevamente y esta vez me dio un cabezazo. Acto seguido pasó su lengua por mi
cara, me rozó el lóbulo de la oreja.
Levanté mis manos, en
son de paz, y ella se levantó la remera y el corpiño. Empezó a pasarme sus
pechos por el rostro, mientras gemía.
Quise lamerla, pero me
sorprendió con una piña en las costillas. Tosí.
Se paró en el borde del
inodoro y se giró. Bailó con suavidad a
tres centímetros de mi. Luego me expuso su sexo y sentí cómo se me hacia agua a
la boca. Quería hundirme en ella. Volví a agarrar mi pene y ella me pateó.
Bajó con delicadeza y
frotó su cuerpo con el mío. Me besó, se entretuvo un rato entre mis piernas.
Cuando empecé a moverme casi me vuela un diente. Salpiqué de rojo la pared.
Por último se paró, se
metió la mano bajo la ropa interior y empezó a masturbarse, gritando. Yo grité
con ella mientras mis manos temblaban a centímetros de su piel. En el segundo
final la agarré de las nalgas y la pegué a mi. La sentí acabar contra mi pecho
agitado. Yo manché sus muslos. No le importó.
Se separó de mi
extasiada y me rompió la nariz. Me reí a carcajadas.
—¿Por qué estabas
haciendo eso cuando entré?— me preguntó, acomodándose la ropa.
—Estaba tomando coraje…
—dije, levantando la cabeza y tratando de parar la hemorragia con la mano—. Voy
a escribir todo este lugar de mierda… Voy a rebelarme.
Rió y me acarició el
pelo, con amor.
—¿Y vos? —quise saber—.
¿Por qué acabas de hacer… esto?
—También estaba tomando
coraje… —respondió. Tomó su mochila, la abrió y sacó un arma—. Voy a matar al
director.
Me guiñó un ojo y se
marchó con paso firme.
Revolución.
La revolución… No sorprende que sea una palabra
femenina.
Me desmayé y no me
desperté hasta que el disparo retumbó en todo el lugar.
Estaba feliz y tenía,
nuevamente, una erección.
Volví a guardar el
fibrón.
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