LAS ZAPAS DE LOS RECITALES
Caminar,
por un mundo roto, con pájaros de colores raros, ciegos, que tratan de oler,
que silban canciones viejas, de esas que sonaron una tarde lejana en una radio
lejana.
Las calles
sin nombre, o con chistes fáciles, sin un poco de historia, con el vacío en
cada pedestal, porque las estatuas se suicidaron todas, el mismo día.
“Ni
siquiera las estatuas creen en las estatuas”, escribí en mi diario, una vez.
Nada más que al diario no le decía diario, porque eso es de minita. Y tampoco
lo escribí así.
Escribí:
“en esa foto veo ojos que no son los tuyos”.
Pero ahora
da igual.
Caminar, un
poco al palo y relajado, con la ropa rota que mamá me tiró, con las zapas de
los recitales, con el amuleto que se me rompió. Ese que te hizo llorar. Inventé
una anécdota muy mala para no sentirme culpable.
Y creo que
fue peor.
Pero las
noches fueron buenas, con demasiado terror, así que me alegro,
por toda la
tristeza
la
nostalgia
y la
emoción…
…la emoción
de tanta tele en blanco y negro, de patios con bichos y de taxis con choferes
deformes
(como vos
y como yo)
Caminar,
pensando en las pelis que regalé, los cuentos que presté, las rimas que no
salieron: los dibujos donde éramos dos, en una banda que sonaba mal.
Pero
rompíamos el escenario.
El
escenario que hoy no está.
Caminar.
Y es como
hacer un conjuro de chico, para que funcione de grande.
Y una copa
dada vuelta, como único instrumento.
Caminar,
y volver al
lugar
al que vas
a morir.
Caminar.
Sólo
caminar.
Caminar
solo.
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