-Donde hubo techo, techo queda-
Creo que lo único que hacemos es levantar paredes,
silbar bajo el Sol, mientras apilamos ladrillos, con un poco de orgullo, porque
la casa es nuestra, pero algo tristes, porque si tenés un techo, entonces, de a
poco, tenés que dejar de construir, para empezar a mantener lo que está en pie,
que a veces es poco, que a veces es demasiado. Lo cierto es que el clima
siempre es hostil, porque los días buenos te levantan la pintura y los malos te
tuercen los costados, te rompen los vidrios, te vuelan las tejas.
Podés agregarle habitaciones a tu casa, podés
elevarte, podés tener un palacio o una cueva llena de dibujos arquetípicos,
probablemente más profundos de lo que un vistazo simple podría evidenciar.
Podés también decidir que pagás demasiados impuestos, que el sacrificio es en
vano, que es tonto, que no tiene lógica, que aquello sobra… Podés tratar de
exiliarte, de abandonar la obra… pero donde hubo techo, techo queda. No hay
nada contra eso.
Los cuadros, los libros, los adornos…. tratá de
sentirte bien, nadie te apura. También es tuya la decisión de tener o no
vecinos y tu chimenea es tuya, así que quemá todo lo que precises quemar. Y si
no lo precisas pero te cabe quemar, quemá. Son tus reglas.
Vos sabés si abrir la puerta, vos sabés a quién
dejaste afuera, vos sabés quién te espía por la ventana, vos sabés a quién
esperás, vos sabés qué casas visitás, a quién le envidiás los sillones, a quien
le admirás el sentido estético, a quien considerás un desastre. Vos decidís en
qué pensar cuando te acostás.
Lo cierto es que tarde o temprano el precario
vecindario que uno decide se empieza a llenar de cortinas. Porque ponemos
cortinas, porque la luz hace bien, pero lastima; porque la noche es excitante,
pero es peligrosa. Una cortina y un par de candados.
Y sin embargo, aunque ya nadie salga, nos
entendemos… De un modo u otro y por mucho que queramos sostener que no, que el
diario no lo demuestra, que la tele no lo demuestra, que el teléfono mudo no lo
demuestra. Nos entendemos.
Quizás sea algo del cemento… quizás nos
intoxicamos, y mientras la estructura empezaba a definirse como un hogar
empezamos a tener alucinaciones… Y nos hicimos humo. Nos elevamos. Es nuestro
guiño, nuestro secreto.
En fin. Creo que también somos el cielo.
Y a veces llueve. A veces está nublado. A veces
no existimos.
Son esas cosas que están en un mapa pero no se
ven ni quedan en ningún registro.
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