Son Todos Iguales

19 feb 2011

JAMES DEAN ESTABA UN POCO PICADO


Compró una botella de vino en un bodegón piojoso, en una galería aún más piojosa. Lo atendió un viejo borracho, panzón, de nariz roja, que le cobró más de lo que esperaba.
Pagó sin quejarse porque el vino era una edición especial, muy vieja, que tenía una etiqueta en honor a James Dean. No solía ser muy fetichista con los vinos…. Se fijaba en la forma de las botellas, en los colores, en datos absurdos. Nada de mirar la cosecha o el país. Esas cosas lo tenían sin cuidado.
Un fanático de las noches donde la cabeza se volvía liviana y no costaba recordar a su primer novia, la única vez que había estado enamorado.  Un fanático de los buenos pedos, nada más.
Llegó a su casa, metió la botella en el freezer y luego se dedicó a hacer tiempo. La nostalgia estaba rondando… la sentía escabullirse por los rincones, juguetear a su alrededor. Deseaba atraparla, para regocijarse de tanto sentirse mal.

Giró el sacacorchos hasta el punto adecuado, luego ejerció presión, relamiéndose.
El corcho salió con el sonido típico.
Lo que no fue típico fue la nube que salió detrás. Una especie de neblina.
Patricio tuvo tiempo de pensar que aquello era una especie de veneno, o algo por el estilo. Por culpa de la tele se le vino la palabra “terroristas” a la mente.
Sin embargo todo aquello quedo prontamente sepultado: tenía delante suyo a un tipo alto, de cuernos, patas de cabra, cola puntiaguda… En cierto modo, el simple hecho de tener cola le sacaba temerosidad, a pesar de su mirada de fuego.
Patricio retrocedió, se enredó y cayó al piso, sin quitarle los ojos de encima
Se estudiaron mutuamente. Al cabo de un rato, aún de culo, el joven exclamó:
-¿Sos un genio?
-No.
Patricio miró la botella, que aún estaba en su mano. Después volvió su vista al recién aparecido.
-¿No? Pero saliste de una botella…
-No soy un genio.
Su tono era frío, seco, rotundo, con un eco de fondo.
-¿Entonces?
-¿Entonces qué?
-¿Qué sos?
El otro sonrió, satisfecho por escuchar esa pregunta. Se acercó un paso, creció, con las manos en la cintura, imponente.
-Soy Satanás.
Patricio formo un “Oooooh” con los labios, fascinado. Pero al rato la confusión volvió a su rostro.
-¿Y entonces? –preguntó, levantándose, con cautela.
-¿Entonces qué? –de pronto su interlocutor también estaba confundido.
-Sí… Claro… -se sacudió el pantalón-. Sos el Diablo… Todo piola… ¿pero qué?
-¿Cómo pero qué? –el Señor de las Tinieblas se cruzó de brazos.
-¿Qué pasa?
-Cagaste… Eso pasa.
Patricio lo pensó unos segundos.
-Ah… -soltó, visiblemente desilusionado-. Significa que no tengo tres deseos, ¿no?
-Exacto. Y significa que tu alma me pertenece.
El joven lo miró, agrandando mucho los ojos.
-¿Posta? ¿Así, de una? ¿No me ponés a prueba ni nada?
-No.
-Pero…
-No.
-Lo único que hice fue destapar una bo…
-DIJE NO.
Temblaron los muebles. Patricio olió a carbón, a parrilla. Bajó la vista, sintiéndose tonto y estafado.
“Si Eri se enterara de que perdí el alma así…”.
-¿Esto se puede tomar? –preguntó levantando la botella.
El Diablo asintió, ya menos duro, con algo de lástima.

Media hora después estaban los dos sentados en el sillón. La botella pasaba de uno a otro.
-Mirá el lado bueno… Ya está… Tenés el alma condenada… Ni te gastes en portarte de modo decente.
Patricio se encogió de hombros.
-Es una cagada igual… Porque si existes entonces también existe el otro… -señalo para arriba, con la cabeza-. Y si existe el otro es fija que Eri está allá. No la voy a ver nunca más.
Suspiró, tembloroso y le dio un trago largo al vino.
-Y Eri es…
Lo incitó con un gesto de la mano, para que siguiera contando.
-Era mi novia.
-Y… -se estaba impacientando. Se hizo con la botella, de un manotazo.
-Se murió…
El Diablo puso cara de haber metido la pata.
-Mal ahí… Igual capaz que…
-No, ni lo pienses. La mataron. No importa si ella mentía o si le robaba ropa a la madre para venderla y comprarse faso o si me metió los cuernos un par de veces… en esencia era inocente y murió asesinada. Es fija que está arriba.
Se quedaron en silencio. Patricio tenía los ojos llorosos.
-Ehhh… ¿Quién la mató?
-Eso sí deberías saberlo, ¿no? –de pronto la cara del joven se iluminó-. Bueno… Al menos voy a poder vengarme. El chabón se mató después de violar y descuartizar a Eri… Ese debe estar allá, con vos…
-Sí, bueno…
-Que buena onda…
-¿Tenés más vino?
Patricio se giró. El Diablo le ofrecía la botella, vacía.
-Sí. Ahí vengo.
Se levantó, el Mundo le giró un poco, pero se sintió bien.
-Che… De otra marca, si puede ser…
-¿Por?
-James Dean estaba un poco picado.

La secuencia fue idéntica: sacacorchos, plop, nube de humo.
“¡Terroristas!”, pensaron Patricio y el Diablo al mismo tiempo, aterrados.
Pero cuando pudieron ver se encontraron con un tipo alto, de túnica blanca. Una especie de Jim Morrison, cuando Jim Morrison se había dejado la barba.
-¡Carajo! –dijo el Diablo, tanteando a su alrededor, desesperado.
-¿Qué pasa? –quiso saber Patricio.
-¡Me olvidé el tridente en la botella!
Miraron al recién llegado.
-Buenas… -susurró éste, bostezando, parpadeando muy seguido, despabilándose. Se rascó la entrepierna. De pronto clavó su vista en el Rey de los Infiernos-. Para… ¿vos no sos…?
El Diablo se levantó, a la defensiva.
-No rompas las pelotas… Abrió MI botella primero, así que me pertenece… Me importa un huevo lo que digas.
Patricio los miró.
-O sea que no sos un Genio… Me cago en la hostia.
Dios le devolvió la mirada.
-Perdón… -susurró, visiblemente tocado por haberlo decepcionado.
El joven se recostó en el sillón y dejó que el vino bajara por su garganta, en grandes tragos.

Tuvieron que apretarse bastante para entrar los tres en el sillón. Patricio estaba en el medio.
-Mirá, está todo bien… Es tuyo… Tengo que admitir que hice bardo… Me mandé cualquiera…
El Diablo lo observó, intrigado.
-¿Bardeaste?
-Sí… -Dios se rascó la nuca, ruborizado-. El día que nos peleamos estaba re caliente… Me hiciste embroncar mal… Y me agarré un pedo terrible. Y no sé cómo terminé en la botella que acaban de abrir.
-¡Noooo! ¡Jodeme! –el Diablo estalló en carcajadas estruendosas.
Dios asintió, mientras sus cachetes se ponían más y más rojos.
Patricio lo observó.
-Para… Paren acá… ¿Significa que el Paraíso no existe?
-No, no… Existe –Dios le sonrió-. Pasa que no estuve para recibir a nadie… No llegué a inaugurarlo… 
Patricio se giró hacia el Diablo, que se doblaba a la mitad, de la risa.
-¿Entonces están todos con vos?
El Diablo se incorporó, de pronto. Se aclaró la garganta y se agarró la cola. La apretaba, nervioso.
-Ehhh… Bueno… Cuando yo me enteré que él no estaba salí a festejar. Me había hastiado de su soberbia y me partí de gusto al enterarme que le había afectado tanto nuestra separación… Me tomé todo. Y, bueno…
Patricio se llevó una mano a la frente.
-¿Y terminaste en la botella que yo acabo de destapar?
-Síp.
Patricio los miró alternativamente. No podía creer lo que estaba escuchando. Abrió la boca media docena de veces, pero la cerró antes de decir palabra. Finalmente se decidió por ir al grano.
-Son dos pelotudos.
Dios sonrió, pidiendo disculpas. El Diablo siguió jugueteando con su cola de maricón.

-A ver, de nuevo… ¿En qué año estamos?
-Año dos mil once… Después de Cristo.
-No entiendo eso de “Después de Cristo”…
-No, yo tampoco…
-¿Vos no mandaste a tu hijo hecho hombre a la Tierra para que se sacrificara por los pecados de la humanidad?
-¿No escuchaste lo que conté? ¡Estuve encerrado en una botella! –Dios empinó la botella, después se limpió la barba-. Además no sé por qué haría una salvajada así… ¿Qué se piensan que soy?
El joven se tomó la cabeza con ambas manos.
-Está bien, no importa –se acarició la frente, con fastidio-. Lo que si importa es, ¿dónde están todas las almas de los que murieron hasta ahora?
-Habrá muerto un montón de gente…
No supo quien lo dijo. Cuando estaban calmados sus tonos eran idénticos.
-¡Ya sé! ¿DÓNDE ESTÁN?
-Tranquilizate… -el Diablo le pasó el vino y le acarició la espalda. Casi lo lastima con una de sus garras-. Deben estar en una especie de limbo, esperando…
-¿Un limbo?
-Sí… -lo cortó Dios, pensativo-. Suena lógico. Un limbo.
-¿Y dónde es ese limbo?
-Podría estar en cualquier sitio… Cualquier lugar podría ser ese lugar que no es ni una cosa ni la otra…
El Diablo y Dios se miraron, intrigados, buscando una respuesta.
-¿Dónde mierda estarán todos?
-¿Una botella? –arriesgo Patricio, después de pensarlo.
Sus dos invitados por accidente lo observaron.
-¿Qué?
-Bueno, si ustedes salieron de una botella de vino… Capaz que las almas están todas en una botella de vino. Que sé yo.
-Mmm… Podría ser.
-Sí, ¿por qué no?
El Diablo y Dios se levantaron, sonrientes.
-Hay que encontrar esa botella… -dijo el autodeclarado Supremo.
-Traete otro vino, Pato…
El muchacho se levantó y desapareció por la puerta que llevaba a la cocina.
Unos segundos después volvió a asomarse.
-Me volvés a decir Pato y te rompo la nariz de un cabezazo, cornudo hijo de puta.

Patricio metió el sacacorchos, giró, ejerció fuerza para sacarlo.
-¡Tres! ¡Dos! ¡Uno! –arengaban Dios y el Diablo, entusiastas.
El corcho salió. No hubo ninguna nube.
El Diablo se hizo con la botella, con rapidez. Le dio un trago largo.
-¿Y?
-¿Y?
El Diablo saboreó el líquido.
-No. Nada.
-Capaz están en el fondo… -sugirió Dios.
-¡Es verdad!
Al rato Patricio se dio cuenta de que ya no le convidarían vino. Se lo pasaban entre ellos, bromeaban, se contaban cosas de gente que él no conocía. 
-¿Y cómo se van a repartir las almas?
Dios lo observó, divertido, con los primeros síntomas de la ebriedad.
-¿Repartirlas? Ni a gancho… Sería un despelote…
-¿Eh?
-El que las encuentra se las queda todas… Las que ya hay y las que se acumulen hasta ese momento…
El Diablo asintió.
-Me parece bien…
Se dieron un apretón de manos fuerte y sincero.
Dios tomó el último trago de la botella, lo saboreó y dijo:
-No, definitivamente ésta no era la botella… -miró a Patricio-. ¿Tenés otra?
-No pueden estar hablando en serio…
-¿Por? Yo tengo ganas de seguir escabiando… ¿Te pensás que no conozco los límites?
Patricio se sentía enfermo de ira.
-¿Cómo que el que se las encuentra se queda con todas? –transpiraba, el corazón le latía con fuerza-. ¡Eri no puede estar con el mismo tipo que le metió un palo por la concha y después la cortó en pedacitos! ¡Eso sería una turrada!
Respiraba agitado. Dios lo miró muy serio.
-¿Tenes otra, si o no?
-¿Y si esa botella la destapara alguien antes de ustedes?
-Nadie toma tan rápido como nosotros…

El joven no se sorprendió de que el Creador no pudiera adivinar que estaba mintiendo. Su capacidad se asombro se estaba reformulando.
Los acompañó hasta la puerta.
-¿Tenés algún bar para recomendar?
-No.
-Mejor –exclamó el Diablo-. Vayamos a dar una vuelta, para ver cómo anda todo… Compremos por ahí y tomemos mientras caminamos… Nos va a hacer bien tomar aire.
-Si… Mejor.
“Ojalá los caguen robando y se los garchen bien garchados…”.
Se despidieron.
Volvieron unos segundos después.
-¿Qué pasa? ¿Qué se olvidaron?
-Nada… -dijo Dios. Tenía la nariz roja, como el tipo que vendía los vinos en la bodega roñosa-. Te debemos una… Y decidimos que, después de todo, SÍ te vamos a cumplir un deseo.
Patricio se quedó boquiabierto. La esperanza se agigantó en su pecho: le broto por los ojos, la nariz, los oídos.
-Nuestro regalo es que vas a poder elegir a dónde ir…
-…
-¿Te gusta la idea?
-Pero… -no daba crédito a lo que oía-. Yo quiero ir donde esté… Yo voy a saber a dónde quiero ir cuando sepa dón… Yo…
Se sintió frustrado.
Cerró de un portazo.

Fue hasta el viejo mueble de madera. Descorrió la puerta secreta y miró los vinos del interior. Los estudió uno por uno, sacándolos y exponiéndolos a la luz.
En uno le pareció ver a un tipo gordo, en otro a un elefante… una especie de pájaro en el tercero.
-Son todos unos borrachos… -se dijo.
Se quedó con la quinta botella, porque no había nada muy concreto en su interior.
La abrió y le dio un trago largo.
Saboreó.
-Cierto… -se dijo después de un rato-. El fondo…
“Van a ser días largos y extraños…”, pensó.
Cerró los ojos, y, mientras el alcohol recorría sus venas, se imaginó el reencuentro con la única chica de la que había estado enamorado.

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