Baño Público

28 nov 2010

TRES
(o todas esas cosas que es al pedo poner en un papel)



Dedicado a esos textos que nunca supiste terminar.

[Vos sos tres.
Yo soy uno, solo.
A vos te sobran brazos.
Yo tengo frío. Siempre.
Cuando cerré de un portazo fue para despabilarte, fue para que entendieras que TODA decisión es definitiva: no hace falta todo ese drama barato que te comiste mirando novelas mejicanas y leyendo libros de vampiros afeminados. No hace falta esa representación tan falta de todo y tan llena de poesía mediocre; poesía de niño feliz que quiere sentirse triste. No entendías una mierda de la tristeza, espero que hoy ya sepas asumirlo. No entendías una mierda y yo tampoco entendía… Pero yo quería conocer y vos querías seguir mojándote con el protagonista romántico y predecible. No hace falta fundir a negro: cada acto es la violencia pura y aniquiladora del futuro. Cada acción nos separa del momento en que el tiempo no importaba un carajo.
Cerré fuerte para que te temblara la casa, para aturdirte con el golpe, para que te asustaras y pegaras un salto en el lugar.
No tenía ningún plan, de verdad. Cuando la puerta nos separó (“Listo muchachos, es suficiente… no más golpes, alguien podría salir herido…”) me di vuelta y caminé sin rumbo.
Un hotel, dos hoteles, la noche y una estrella que empecé a reconocer de tanto mirar el cielo.
Le puse tu nombre, por las dudas, por si alguna vez te atrevías a olvidarte de mí. Así que te contaba las cosas más pelotudas… Y me tenías que escuchar, casi de prepo, porque eras una estrella… Y no hay nada de tierno en decirte que eras una estrella: las estrellas son una mierda, porque quieren digitar tu destino y bailan, las muy conchudas, haciendo chistes entre ellas, coqueteando y te escriben una historia muy chota donde perdés, siempre perdés, porque esas estrellas tienen un humor muy jodido (quizás buen humor, quizás un humor del carajo). Así que no te ruborices ni se lo cuentes a tus amigas: cuando el escritor idiota te comparó con una estrella no estaba haciendo una declaración de amor. No señor.
Me hice amigo de las cuatro paredes, de la mesa eternamente sucia, del plato grasiento, de las botellas vacías y ruidosas. Hubiera sido fácil, después de todo empezaba a agarrarle el gusto… Pero nada puede ser fácil si vos sos difícil, así que olvidate. OLVIDATE.
Vos sos tres.
Estabas reencarnada, con una sonrisa mejor.
-¿Cómo me encontraste?
-Te llevaste mi nostalgia… La encontré a ella y estabas vos, subido encima, como un pervertido… Siempre andás queriendo estar arriba de algo o de alguien…
Sonreí. Que te digan pervertido es un lindo piropo si lo pensás un rato.
Hablamos de que éramos jóvenes, un poco viejos, de que era un poco imposible pensar en el futuro… Nos preguntamos con sinceridad, al unísono, cómo podía ser que hubiera personas que tuvieran la capacidad de entrar a un cuarto oscuro y confiar en lo que hacían, sin sentirse cobardes o traidores. Sin sentirse cómplices. Nos peguntamos eso y después compramos un licor, que era tu manera de decirme que estaba tomando mucho vino. Sabés cómo decir las cosas. Nadie se enteraría de que te estás preocupando por mí, pero lo hacés. Gracias.
Fuimos a la plaza, vimos a muchos activistas, nos dieron ganas de cambiar el Mundo… Pero ya no esperábamos nada de nadie. La Libertad muta, casi tanto como vos, como yo. Somos la Libertad. Si el individuo no es Libertad entonces la Libertad no existe. La Libertad no es en sí. Los filósofos seguían abstrayéndose. Les escupimos el vaso, porque hacerse el tolerante es de careta.
Nos mudamos juntos. Hicimos eso de la vida, el trabajo, el poder desperdiciar dinero; eso de ir a los bares a gritar, a ladrar, a reírse. Yo me hundía, por las noches, solo. Vos siempre hablabas con alguien, claro. Y tan tres sos que esa vez golpeaste vos la puerta.
Justo en el mejor momento.
Lo hiciste sin maldad, estoy seguro: nuestra idea de revancha nunca fue muy parecida. Seguro se te escapó o una ráfaga de viento te sacó la puerta de las manos. Fue un golpe fuerte y me dejó llenó de confusión, no por la fuerza, sino por el silencio que hubiera querido ser y no fué.
Me lo tomé con calma: ningún vecino sospechó nada, ni siquiera esa vieja chusma que solíamos imaginarnos con su oído contra la pared, mientras nos cogíamos como si fuera la última vez.
(alguna vez es-fue/será- la última vez)
Cargué la mochila (parche despintado de bandas que alguna vez me salvaron el día, la vida, el alma) y me fui de vacaciones. No atendí llamados y me hice el boludo cuando escuché que alguien pedía socorro. Soy una porquería, no hace falta que me lo repitas, ni me repitas lo mucho que me quieren todas esas personas que a pesar de todo me vuelven a llamar. ¿Te pensás que no lo sé? ¿Todo este tiempo para que creas que soy tan pero tan ciego?
Una actriz frustrada que había devenido en tarotista me brindó cierto consuelo, con miradas curiosas y palabras arrebatadas. Me dio una pasti y dijo una palabra rara que nunca más voy a olvidar, pero que jamás podría pronunciar. Después ordenó:
-¡Viajá!
-¡No puedo!
-¡¿Por qué?!
(todo así, en gritos)
-¡Porque me falta un disco de los Beatles!
Y la muy turra en vez de regalarme un reproductor de mp3 o algo así prefirió meterme un DeLorean en la cabeza, para que viajara en el tiempo cuando quisiera, cómo quisiera.
-Y acordate de la gran regla: cuando viajás en el tiempo te tenés que esforzar por tocar todo, por cambiar todo, para que nada sea igual, para hacer bardo, provocar errores…
-Dale…
Y mi conciencia estaba bailando con un conejo enorme. Era un tema de los Doors. Al final los Beatles no vinieron hasta después de las tres de la mañana, mientras tanto Jim Morrison fue buen anfitrión.
Pocas líneas escritas, pero fue furor. Fue creativo a nivel emocional, experimental. Fue crucial… Creo que escribí mi mejor cuento estando borracho, en el baño de un bar. Lo escribí en los azulejos blancos, con mi fibrón negro. Era un cuento sobre una persona que lo único que sabía hacer era meterse en los sueños ajenos, para cagar todo. Y ahí entraste vos.
-¿Qué hacés? Éste es el baño de hombres… -fué mi recibimiento.
Me reconociste y tu rostro se empalideció. Se te borró la alegría, pero te pusiste feliz.
-¿Qué hacés acá? Éste era mi sueño… ¿También querés cagarlo?
Me diste un cabezazo en la nariz. El fibrón cayó al inodoro y mi mejor cuento quedó inconcluso.
-Mierda…
Se ve que me viste desolado o algo porque me abrazaste con mucha fuerza.
-No es el baño de hombres… -susurraste en mi oído- Estás en el baño de mujeres…
Y volvimos a casa, juntos. Recorrimos los kilómetros, las realidades, los destinos truncados… Todo para volver. Llegamos y sacaste un encendedor, yo puse el alcohol.
Quemamos todo, rompimos nuestros documentos.
-Ahora siempre vamos a ser dos desconocidos… Ahora puede durar de verdad.
Las llamas se llevaron mi adolescencia.
Ahora no sé qué soy. O no quiero asumirlo. O soy terco como para darme cuenta.
El fuego fue el final de todo ese lío.
(Por las dudas, por si no se notó, quiero dejar constancia de que fue un lío hermoso.)
Dijiste, cuando ya no volviste a mi vida: “Aquello no era mi sueño… Era de los dos. De algún modo lo lograste… Capaz que lograste ser el cuento y no el protagonista.”
Me guiñaste un ojo, no dijiste adiós.
La vida sigue.
Vos sos tres.
Yo soy uno, solo.
A vos te sobran brazos.
Yo tengo frío. Siempre.]

“…la gente está aplaudiendo,
y aunque te estés muriendo
no conocen tu dolor…”

0 Diálogos: