[DOBLE]

29 ago 2010


Dos por uno; Invita la casa



Ella le dio una larga pitada al cigarro.
-Es violencia pura… -soltó entre el humo, con la voz comprimida. Los ojos estaban brillosos, con odio, con tristeza.
Yo pensaba en otra cosa. Había destapado un vino. El vino me hace pensar en muchas estupideces, en especial si tengo un espejo cerca.
-¿Lo qué? –pregunté sin intentar disimular mi desconcierto. Quise despegar mi vista de mi propio reflejo. No pude. Me cautiva el modo en que uno puede encontrarse con sus propias pupilas. Tengo la sensación de que podría desaparecer si me mirara directo a los ojos con mucha intensidad.
-Vivir… Es violencia pura… -otra pitada larga. Un poco de tos contenida. Agregó con furia, desafiante:-. Y no saltés con ninguna huevada…
Asentí, pensativo.
“Vivir es violencia pura…”
Traté de anexar esa idea a alguna otra, traté de rastrearla, traté de recordar de qué habíamos estado hablando hacía tan sólo dos minutos atrás. No pude sacar nada en limpio de mi cabeza.
Le di un trago a la botella que tenía en la mano, me miré en el espejo de la habitación, con un suspiro profundo. No me fije en mí: me concentré en lo que veía alrededor. Vi el reflejo de la fiesta; vi a toda esa gente con vasos en mano (cerveza, todos cerveza); vi sus sonrisas, sus gestos… Vi energía. Suelo fastidiarme con la gente, pero por un segundo me sentí complacido… Había gente disfrutando de aquello. Había música en el aire: no lo noté hasta que comenzó un tema que suele deprimirme demasiado.
-La gente no se ríe seguido… Esta fiesta de mierda es el último suspiro de una generación que se muere… -me salió rápido, sin filtro. Los acordes me abrumaban. Tenía la piel de pollito.
Ella bufó, indignada.
-Cada acción es la confirmación de lo que no somos…
No podía seguirla, evidentemente. Mi cabeza no estaba para esos juegos y mi humor se estaba cortando las venas en algún rincón.
-No te conozco… Creo que me estás confundiendo con alguien… No entiendo nada de lo que decís… De verdad, perdón.
Me quería quedar solo. Me vi a mi mismo y me recordé frente al espejo de casa, arreglándome para salir. “No quiero quedarme toda la noche encerrado…”, había pensado, casi con desesperación. Había huido, esperanzado. La había cagado, como de costumbre. Tarde o temprano la cago. Siempre.
-¡Sos vos el que me está confundiendo con alguien! –me grito ella, de pronto.
Su reacción me asustó. Miré (siempre por el reflejo) al resto de los invitados. Nadie se giró para mirarnos, a nadie le importó el grito. A nadie le importa un carajo lo que te pasa cuando estás en una fiesta. A nadie le importa nada, nunca.
Me hice sonar el cuello, di otro sorbo al vino (se estaba calentando) y miré a la chica, entrecerrando los ojos. Me di cuenta de que me gustaba. Me di cuenta, también, de que no iba a intentar conquistarla… Aún me dolía lo de Cecilia. Aún me duele lo de Cecilia. Sencillamente ya no voy a encontrar a nadie igual. No puedo engañarme.
-No me recordás a nadie…
Ella frunció el entrecejo frente a esa afirmación. De pronto su rostro se suavizó. Bajó su actitud de guardia, relajó los hombros y aplastó el cigarro contra la pared. Tenía los cachetes un poco rojos.
-Gracias… -me dijo con una voz dulce, lejana, tímida. Me dio un beso cerca del labio.
Por un rato no supe qué decir. Después:
-¿Tenés sed?
-Sí…
Le convide de la botella. Nuestros dedos se rozaron. Volví mi vista al espejo. Vi que un pibe alto que llevaba una gorra enorme me guiñaba un ojo, al tiempo que señalaba a mi interlocutora. Lo ignoré.
-¿Cuándo metimos la pata tan hondo?
-No sé… -me contestó, temblorosa –. Me estoy cansando de elegir todo lo que no quiero ser… Todo se pone muy estrecho… Y cada vez más…
Le saqué la botella. Empezó a armar otro cigarro.
El tema que tanto mal estar me da se terminó y empezó otro que por suerte no conocía. Eso me quitó un poco de presión.
Observé la prepotencia con la que me observaba mi “yo” del espejo.
“Esta vez  te voy a cansar, hasta que seas vos el que tome la iniciativa de irse…”, le dije, enojado, de modo repentino, conmigo mismo, con el lugar, con el Mundo. Enojado por nada. Triste.
-Mirá, si te pone tan mal deberías irte a tu casa… Esto es una fiesta… No podés romperle la ilusión a todos estos hijos de puta… No sería justo…
Ella abrió la boca pero no emitió sonido. Dos segundos después prendió el cigarro nuevo, dio media vuelta y se fue.
La vi alejarse por el espejo. Se sentó cerca de una ventana, derrotada. Era muy linda en serio.
Un pibe se le acercó, con las manos en los bolsillos. Demasiado casual para ser casual. Ella lo notó (estoy seguro) pero le siguió el juego.
“Nunca más vamos a intercambiar palabra…”, pensé, “No sé nada de su vida, no sé con quién jugaba de chica, qué cosas la traumaron, a qué escuela fue,, qué soñaba ser, qué miraba en la tele los sábados por la noche… no sé quienes eran o son sus amistades; nada sobre su familia, nada de nada. Nada sobre otros novios; ninguna historia de corazón roto…”
Ella, concluí, no era para mi más que su reflejo: una chica linda que fumaba mucho.
“Vivir es violencia pura…”
La frase se encendió en mi cerebro, encegueciendo cualquier otra cosa.
Mi reflejo dijo: “Ahora ya no soy nada que tenga que ver con esa desconocida…”.
Me miré, bien directo a los ojos. Uno de nosotros era posibilidad, el otro, certeza.
-En una fiesta así la conocí a Cecilia… -le conté a alguien que no estaba ahí.
Las escenas fueron veloces: una charla, un licor, un beso, una cita, un día de lluvia, un chiste mal contado, una caída en la parada de un colectivo…
Entonces no me fijaba tanto en la cara de los demás. Yo reía y eso me bastaba.
Cada momento pudiendo ser mil cosas… Cada segundo convertido en acción y la acción moldeando, con brusquedad, estrangulando todos los caminos, para que quede uno.
Lo destrozamos todo. Viviendo, sin más. Llenamos todo de esculturas deformes que quedan abandonadas… “Intento de destino, primera prueba”.
Incliné la botella sólo para comprobar que ya no había nada en su interior.
El del espejo continuaba, impune. Era todas mis muertes. Supe que los espejos existen para acumular nuestros fracasos.
“Por favor, sacame de acá…”, le pedí, “Concentrate cuando me mirás. La fiesta está a tus espaldas, yo no soy vos, no tengo a toda esa gente riendo alrededor, gritando. Concentrate…”
Me esforcé mucho para que se concentrara. Pero cuando me giré la fiesta sí estaba ahí. Punto para él, que siempre me quiebra.
Fui hasta la heladera, con la cabeza gacha y aparté cervezas hasta hacerme con un vino. Lo destapé. Me crucé con la chica de la mirada furiosa y el cigarro en la boca. Estaba hablando muy cerca del chico que de modo tan casual la había abordado.
-Tenías razón… -le dije.
Me observó. Sus ojos estallaban en rojo.
-¿Qué decís? Disculpame, pero no sé quién sos…
Lo decía de verdad. No había crueldad en sus palabras. Le sonreí.
Volví al espejo. A perder otra vida.

0 Diálogos: