Bruja Violencia [II]

1 jun 2010

Bruja Violencia,
punk rock bizarro

[Acordes desafinados para la Inquisición]
-Parte II-



SEGUNDA ESTROFA: “LA GARRUCHA” (1)


Miro, a todos lados.
Sólo veo muertos, bailando.
Sucio, apestado, destrozado y vomitado...
Flema, “S.A.D.V.”

1

Bruja Violencia tocó en vivo en tres oportunidades. Las primeras dos veces fue en un club del barrio, uno que quedaba a dos cuadras de casa. Dicho club era administrado por un viejo de nariz ancha y roja que unos años después fue encarcelado por una supuesta violación… o unas supuestas violaciones… Era un tipo agradable, hablaba mucho de fútbol y remataba todos los comentarios con una sonrisa que parecía triste…
Me da asco pensar en todas las veces que me abrazó y me palmeó el hombro… Así y todo no logro verlo como un hombre malo.
El tercer recital fue en una casa tomada de unos conocidos de Gabo, que estaban más interesados en la política que en la música… Tuve que soportar más de dos horas de discursos… Al principio levanté el puño con cada exclamación: “Hay que luchar por la Libertad…”, “Hay que rebelarse a este maldito sistema opresor…”, “Hay que abandonar las sombras y hacer escuchar nuestra voz censurada…” Después me cansé y sólo me dediqué a tomar. Al carajo la libertad, el sistema, la censura…
Musicalmente hablando todos los recitales fueron pésimos: pésimos músicos, pésimas interpretaciones, pésimos equipos… Hubo alcohol en exceso, hubo peleas, hubo llamados a la policía, hubo sexo en los rincones, hubo marihuana…
Los punkys que no pertenecían al grupo con el que yo paraba en la plaza me ponían nervioso… Muy pasado de cerveza, licor de frutillas y fernet recuerdo que pensé: “No se puede confiar en estos borrachos de mierda…”
En defensa de la especie diré que no todos eran borrachos, ni drogones y muchos de los allí presentes no justificaban el típico prejuicio de las típicas viejas frígidas… Sin embargo nunca entendí que hacían allí si no eran ni borrachos, ni drogones ni nada de eso.
Al recital de la casa tomada (el término “casa tomada” quedo literalizado para eso de las tres de la mañana) lo llevamos a Charly. Hizo buenas migas con el gordo que nos alquilaba las cosas para ensayar. Hablaron mucho aunque dudo que se entendieran mutuamente. El gordo compartió de su coca y gracias a la fecha de Bruja Violencia pudo tener su primer trío con dos punkys que no estaban nada mal (exceptuando que a una le faltaban algunos dientes). Charly hartó a un grupito con su locura por las hogueras y los infiernos y tuve que meterme para que no recibiera una paliza. Charly podía ser muy denso, lo admito.
Las anécdotas son varias y muchas rozan lo repugnante… Gente en estado de inconsciencia con incontinencia intestinal, petes accidentados que dejaban por resultado charcos y charcos de sangre, vómitos espesos… Pero todo eso no viene al caso.
Sí viene al caso remarcar que Ramón (que siempre se divirtió y hasta subió al escenario a ladrar en más de una ocasión) nunca intentó morder a aquellos que lo patearon por accidente. Sólo con alguien se puso histérico. Sólo a alguien, que nada le hizo, le mostró los dientes.
Ese alguien se hacia llamar Aro. Lucía fue a retar a Ramón por la descortesía y quedó enganchadísima con el idiota.
Esa misma noche se lo garchó detrás de un árbol y luego dejó de garcharse a todos los que se garchaba detrás de los árboles.
Aro… Alto, muchos piercings, pelo largo, ojos pequeños, sonrisa fácil.
Ramón no fue el único al que le cayó mal desde el principio. Pero Lucía estaba enamorada.

2

Los skin tocaron muchas más veces que Bruja Violencia y no me duele decir que poseían mayor talento. Como en lo que respectaba al tema de “la banda” nos habían sacado una considerable ventaja decidimos hacer lo más lógico: arruinarles sus recitales. Hacer eso, lo supimos desde el principio, era meterse en la boca del lobo. Pero, lejos de lograr tácticas apropiadas o estrategias de guerra, nos limitamos a un simple razonamiento: si aquello era una locura entonces había que tomar mucho coraje para llevarla a cabo.
Y así fue que una noche de luna grande y viento fresco, después de unas bebidas sin alcohol, nos iniciamos en el mundo de las jeringas. Nos inyectamos mierdas y al cabo de un rato nos sentíamos dioses. Previendo lo que pasaría yo había dejado a Ramón en casa para que estuviera resguardado y no habíamos hablado con Lucía. Siempre preferíamos mantenerla alejada de las peleas fuertes… No por protegerla, sino que por protegernos nosotros… De todos modos, para esa época ya andaba muy de novia con Aro y si bien seguía apareciendo por la plaza cada vez era menos el tiempo que compartíamos.
Conmigo en especial se enojó mucho una tarde en la que, por un ataque de celos o no sé qué cosa, aproveché que estábamos solos y le dije sin vueltas que tenía ganas de practicarle sexo oral (lo dije así, muy educado). Estaba ido y ella se lo tomó muy a pecho… Además me acusó de irrespetuoso, me dijo que no la valoraba y esas estupideces de novela dramática… Me sentí enfermo mientras la veía alejarse: esa Lucía era muy diferente a la que yo había conocido. Sentí una impotencia tremenda mientras me fijaba en lo ajustado de su jean que dejaba adivinar una tanga debajo.
-La gente cambia... –concluyó Gabo cuando le conté- Todos cambian, todo cambia…
No se esmeró, lo sé. Pero aquello es muy cierto.
En fin.
¿Dónde estaba? Ah, sí, claro. Las agujas.
Esa noche de luna gigante se me aflojaron los músculos muy despacio… Fui consciente de todo el proceso. La voz de Charly, perdido en uno de sus monólogos, me empezó a llegar cada vez de más lejos. Todo me resultaba ajeno y a la vez más propio que nunca. Y cuando alguien preguntó si ya estábamos listos no lo dudé.
Los skin tocaban en esa ocasión en un barcito de esos con mesas de pool y metegoles.
Éramos seis. Ellos, sabíamos, serían más de veinte, treinta… Nos reímos ante esa estúpida superioridad y caminamos hablando de música.
De punk.

Cuando llegamos estaban todos cantando el himno. Algunos con la mano derecha en el pecho, otros con la mano estirada, como si intentaran detener un colectivo imaginario. En las paredes del lugar había propagandas nacionalistas, propagandas anti drogas, propagandas contra la inmigración…
Los observamos en silencio, desde la vereda de enfrente, entre sombras.
Teníamos ramas. El plan era repartir unos cuantos palazos y luego salir corriendo. Me imagino lo que piensan: algo así no merece ser llamado plan… Me gustaría ver qué cosas tan geniales se les ocurriría a ustedes si estuvieran en las condiciones en las que nosotros estábamos.
Uno de los chicos, no recuerdo el nombre, uno rubio, de ojos muy claros y mucho acné en uno de sus pómulos, sacó un cigarrillo del bolsillo, luego un Zippo con el rostro de Sid Vicious y mientras encendía el tabaco, preguntó:
-¿A la cuenta de tres?
Asentimos todos, menos Gabo, que al ver el fuego se inspiró. Se le dibujó una sonrisa tonta. Una sonrisa hija de puta.
Esa sonrisa, desde la retrospectiva, fue el peor de los presagios. Era la sonrisa de un niño… Pero de un niño que empieza a mutar en adulto.
Esa sonrisa marcó el final de los juegos. Marcó el final de la inocencia, que, para qué negarlo, ocultaban nuestras peleas y nuestra odiosa cizaña.
Lo de la molotov fue una improvisación… Y a todos nos pareció buena idea… Teniamos botellas, teniamos alcohol etílico (que usabamos para preparar tragos) y teníamos ganas de bardo...
-Van a llorar cuando se les prenda fuego la banderita de mierda…
La banderita en cuestión era la bandera Argentina… Imaginarme la escena (la tela quemándose) me despertó una curiosa perversión…
Lo que no tuvimos en cuenta fue que la bandera no era lo único que podía prenderse fuego ahí dentro.
Mi último pensamiento antes del estruendo de cristales estuvo dirigido a Ramón… Mientras la botella de whisky con la remera de Gabo ardiendo en el pico, iba girando en el aire con destino a estrellarse en el bar nazi “El Coloso” yo pensaba con cierta culpa, que quizás me había olvidado de dejarle suficiente comida a mi amada mascota.
Luego el “¡Fachos putos!” de mi compañero me arrebató el razonamiento y me introdujo en un mundo instintivo. Sólo importaba sobrevivir.

No nos mataron ese día porque se pusieron por prioridad apagar las llamas. Gabo, que estaba en cuero, se llevó la peor parte: fue víctima de un skin grandote que agitaba una cadena pesada.
Por suerte éramos rápidos para correr y pudimos hacerlo antes de que nos rompieran las piernas. Un puñetazo (justo en el corte que tenía por culpa de papá) me volvió la visión rojiza; puse mi esmero en dar un buen golpe con la rama y no sé si lo logré. Entre el tumulto creo que vi al tarado al que le habíamos roto la guitarra unos días atrás. Intenté escupirlo y tampoco sé si lo logré. Recordé su amenaza mientras esquivaba patadas:
“¡Ahora se les a va a poner feo de verdad!”
Y sin embargo no habían sido ellos los que habían atacado buscando venganza… Nosotros habíamos repetido el ataque.
Ese fue el error… Ahí rompimos el equilibrio… O eso es lo que pienso a menudo en mis noches de insomnio.
Habremos pasado un minuto en la calle… Pero fue un minuto largo. Las luces de las farolas se convirtieron en brillantes arco iris de vertiginosos colores que danzaban conmigo en cada movimiento brusco. No sentí dolor en ningún momento pero sí miedo… Mi mente acelerada me hizo ver rostros muy deformes y el olfato se me había intensificado… Un olor a azufre me asfixiaba… Y la sed… y la sangre con gusto metálico…
Era pesado, después rápido…
Creí ver garras, un esqueleto… Mordí una mano, estoy convencido de que arranqué una uña… Vi gusanos en mis nudillos… Fue la primera de muchas experiencias alucinógenas…
Una piña en la oreja me llenó de puntadas diminutas e insensibilidad en un costado de la cabeza.
Afortunadamente, en ese minuto que estuvimos en la calle, no salieron más de diez skin. Luego nos retiramos.
En la huida me doblé feo el tobillo y me caí. Todavía me duele algunos días.
Regresar a la plaza fue extraño… El olor a lo irreversible, al mal paso, se respiraba en el aire.
Charly estaba durmiendo y no se despertó con nuestros gritos agitados.
Después ya no recuerdo… Cuando las heridas comenzaron a dolerme dejé de tener consciencia y luego, quién sabe cómo, estaba en mi cama, soñando con fuego.

El incendio fue apagado recién a las seis de la mañana. Y lo peor no lo supimos hasta el otro día, cuando fue primera plana del periódico local.

[continuará...]

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