elairedeestelugar

22 oct 2012


ALICIA EN EL PAÍS DE LAS POESÍAS


Se pierde otro conejo en mi biblioteca y me pregunto cómo debe ser llevar siempre una máscara o qué pasa cuando te olvidás y los pasillos me guían, porque un libro me llama, haciendo que sienta cosquillas en la frente, lo que enreda colores en mis piernas, y los pasos se vuelven torpes y no pueden ser idénticos, uno tras otro: se achican, se hacen gigantes, se hacen para adelante y en retroceso, de costado, veloces o casi imperceptibles. Y pienso en alguien decodificando mi existir, aún cuando no existía, en conjuros, en fórmulas perfectas, en un laboratorio de locura, en el sótano
o más abajo
o peor.
Me acerco de modo uniforme, navegando en las estadísticas, presintiendo el error antes de la victoria, la explosión, ¿cuántas vidas se llevó?
¿cuántas posibles vidas?
¿cuántas no-vidas?
¿cuántas preguntas
sepultan el misterio
de lo que “realmente” pasó,
antes de que luego
el mundo
se empezara a narrar?
Si los fantasmas respiraran no alcanzaría el aire en éste lugar,
en donde los cuerpos se dibujan en los párpados cuando dejás de buscar,
la mano estirada, 
sin pasión
rumbo a un estante cualquiera,
sin siquiera disfrutar del suceso
que significa 
el azar,
que es el dios-mentira
o el dios-verdad
depende de lo que hayas sentido el día en que supiste 
que tenías un pasado
y, de modo inevitable,
un espectador.
El techo es un mar,
si es que un mar pudiera ser un techo,
y capaz que yo soy el cielo
y todo tiene tanto sentido que no entiendo nada,
y me doy cuenta de que crecen árboles
en los rincones,
cerca de las mesas de madera gruesa,
con terminaciones en cabezas de lobo, 
minuciosamente talladas,
tanto que me asusta
y me molesta que “el artista” nunca se entere
de esta sensación,
de esta metáfora que cierra y le da poesía
a mi desestabilizaba comprensión.
Y el libro-conejo me busca con tanto énfasis que los pasillos se mueven
creando el desfasaje
la paradoja
de no encontrar
por
buscar,
y no me cuesta imaginar a todos los escritores del mundo (quizás 9… quizás 10) reunidos, inventando los títulos de libros que saben que nunca nadie va a comprar, pero que tienen que conformar el decorado de esta dimensión donde el símbolo vale más que la idea, porque la representa 
y eso es más seguro:
“amen y paz”,
a menos que prefieras perder la noción de continuidad y hacer de tu cabeza la fiesta de despedida,
dejando que termine
cuando tenga que terminar,
con la promesa de que nunca sea aburrido,
que no se pierda el instinto
que sea digno
de contar,
y entrando en mis párrafos más borrachos encuentro la clave, camuflada, en un dibujo que hice una noche, cuando las palabras se habían organizado en huelga, ante la tiranía de las lágrimas, de la dominatriz que pega pero sólo quiere un poco
un poco
(un poco)
de amor
(amar),
y entiendo que la bala fue disparada, que me está persiguiendo,
que me alcanza
se clava
y toda la biblioteca se desintegra
como una fotografía, que se quema,
y detrás está lo mismo
pero en movimiento
y sólo resta pisar con fuerza
para que las huellas sigan creando pistas
en clave de ficción
sobre la nieve de la creación
y te disponés a leer otro libro
que no existió:
soy yo, entre tus manos, 
esperando que me veas
o me empieces
a 
matar.

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