200 a 0

12 jun 2012


ÚLTIMA MADRUGADA


Las persecuciones se suceden,
veloces,
una tras otra,
como si se persiguieran,
como si el concepto de bien y mal 
(cazador y presa)
hubiese quedado truncado,
por una mentira más sana,
donde un grupo de sinceros farsantes
elude a otro grupo
de sinceros farsantes,
como si la ruta fueran los sueños,
que son uno solo,
y siempre se reducen a escapar,
con heroísmo, 
cobardes,
intrépidos,
sonriendo ante la posibilidad de una medalla,
o la paz de un hogar,
sin los números quemando,
gastando la integridad,
prendidos al volante,
con la fascinación de imaginar lo peor,
mientras el mundo es esa mancha borrosa
(siempre borrosa)
detrás del cristal,
que se abre camino, entre kilómetros de nada,
levantando por el aire a la quietud,
que antes de estrellarse vuela,
para convertirse en el eterno pájaro
de lo que no será, 
jamás;
¿qué son esas lágrimas en tus ojos,
ansioso viajante?
¿quién cometió el delito,
dulce suicida?
¿qué sucedería si por fin la aguja diera la vuelta completa,
para volver a empezar? 
¿podemos pasar de 200 a 0 en un abrir y cerrar de ojos?
¿podría soportarlo tu vehículo?
Las persecuciones se suceden,
veloces,
tejiendo el entramado,
la telaraña de los pasos a seguir,
de la moraleja soberbia,
cuidadosa,
frágil,
que se aburre y pide perdón,
deseándote buena suerte,
a los gritos,
mientras te alejás; 
como gritamos nosotros, 
desde la tribuna,
desvelados por ver al vencedor,
sabiendo qué mensaje es el que triunfa,
pero con la esperanza puesta en el Sol,
que va a huir de la Luna,
para detonarla después,
regalándonos el choque
de un nuevo amanecer,
¿y si te mintiera en la tregua,
cuando intentemos respirar?
¿y si en lugar de darte la mano te empujara,
para volver a correr?
¿y si corriera para el otro lado, 
encontrándote de frente esta vez?

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