otro-yo

4 ene 2012


OTRO CADÁVER EN EL PATIO DE ATRÁS
(y van...)


Cerró la botella, abrió otra. Vertió el líquido hasta casi rebalsar el vaso, convincente, calculando cada porción a ojo.
O no calculando nada. 
Los colores de las bebidas se abrazaron, creando una sustancia casi fosforescente… La pócima etílica perfecta, el elixir sagrado del olvido. 
-Si no estuvieras tan vacío no estarías llenándote, todo el tiempo –me dijo, mientras revolvía todo con delicadeza, con su dedo medio. 
No le respondí hasta que el remolino en miniatura
(una gota de lluvia estrellándose provoca un maremoto en Japón) 
quedó disuelto. 
Había algo hipnótico en aquel ritual tan mundano de pegarse un buen pedo.
-Así que, en definitiva, estoy repleto, ¿no? Es lo que cuenta.
-No estás entendiendo… Dije que estás vacío.
Le dio un trago largo a la mezcla. Sonrió, intentando disimular la explosión. Sus ojos eran fuego. 
No, eran humo. 
Agarré el vaso cuando me lo ofreció.
Bebí.
Fue como regar un espacio fértil… Floreció todo de pronto… Como en ese cuento de las habichuelas mágicas. 
-¿Estás muy segura en eso del vacío? Porque siento que tengo…
-Tenés una necesidad –me interrumpió-. Las necesidades están reguladas…
Cerré los ojos.
-Pero siento que…
-Pensalo así – siguió con algo de violencia-: sos un auto… Uno pésimo, de esos que andan mal y gastan una cantidad poco usual de combustible… Sí, consumís más que los demás… Quemás más… ¿Eso es bueno? No. Estás lleno porque vacío no te podés mover… Es parte de tu naturaleza, por ser un auto. Y no vas más lejos que nadie, la única diferencia es que necesitas cargarte con más frecuencia. 
Asentí. En mi interior seguían creciendo plantas descomunales.
Había flores.
-Si pudiera regalarte una de las flores que estoy viendo me entenderías mejor. Lo del auto es una metáfora de mierda –abrí los ojos-. Y bien forra, por si te interesa.
Se mordió el labio inferior. Me sorprendió ver que ya no había nada en el vaso. Las luces ya no invadían la habitación con brusquedad, las sombras estaban estiradas. Y no tenía puestas mis zapatillas: estaba en pose indio.
Ella tenía el pelo suelto.
Toda ella era humo. 
-Vas a regalarme esa flor, como de costumbre… Porque vas a podar todo ese jardín interno. Porque sos un auto, que funciona mal.
Hubo malicia en su reiteración, pero no pude decir nada.
Me dediqué a mirarla.
De a poco, muy de a poco, se fue evaporando. 
Supongo que yo la podé, la arranqué de la tierra, la maté… 
Quizás la atropellé.
Sólo para volverla parte de mi anécdota, de mi madrugada, de mi próxima historia. Para quedar vacío, en una habitación vacía.
Tan lleno.
Y necesitado.

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